Se acaba el 2017, el centenario del nacimiento de Manolete, del poeta de Cántico Ricardo Molina, nacido en Puente Genil, y de la Revolución Rusa, que marcó el pensamiento y la acción de muchos españoles en un momento determinado. Para ser el del toreo un arte cuestionado, ya sea por el tiempo o por las nuevas y estrictas denominaciones de origen que hasta ponen en entredicho carnicerías o esprays contra cucarachas porque acaban con los animales, la memoria oficial que su ciudad ha tenido con Manolete se ha correspondido con su significado. Sobre todo su título de Hijo Predilecto. Los periodistas solemos escribir de lo que pasa y no ocultar, por ideas, lo que ocurre. Por eso constatar que Manolete fue un personaje que con su estilo sedujo al mundo de su tiempo es tan real como decir que se ha publicado una guía de tabernas amanoletadas del casco histórico, una antología --Manolete para siempre-- de poetas mexicanos y españoles o el catálogo de la exposición Manolete ríe, un estilo de tratar el torero muchísimo más allá de las crónicas de su tiempo, performances en estilo vanguardista. A Ricardo Molina, el poeta de Cántico con otro estilo, al menos religioso, también se le acaba el tiempo de los cien años de su nacimiento después de que la Real Academia le haya dedicado una exposición y un catálogo, la Cátedra Góngora lo haya hecho pasear junto al poeta del culteranismo por el casCo histórico y la Junta de Andalucía lo enmarque en su sede de Capitulares en un Dulce es vivir, con portada de libro y formato de exposición. Y, además, en Córdoba se ha escenificado, por segunda y tercera vez desde que fuera escrito, su auto sacramental El hijo pródigo, cuyo estreno y única representación hasta antes del miércoles 13 de diciembre tuvo lugar en el Patio de los Naranjos en agosto de 1946. No sé cómo sería aquella puesta en escena de hace 71 años pero sí puedo decir, porque la ví en el Teatro Góngora el día 13, que el grupo cordobés Trápala consiguió adaptar a Ricardo Molina a formatos teatrales del siglo XXI. Intentar añadir belleza visual a cualquier autor del Grupo Cántico es una temeridad. Por eso lo de Trápala, que lo hizo, se merece el reconocimiento de «profeta en su tierra». Como Manolete y Ricardo Molina.