La irrupción de un partido de extrema derecha en el panorama político español ha sido determinante en las pasadas elecciones andaluzas y todo parece indicar que así será en las próximas convocatorias de abril y mayo. Hasta ahora España había estado al margen de esos grupos cercanos al fascismo toda vez que lo más parecido a ellos, el franquismo residual, se hallaba englobado en el Partido Popular. Pero ahora el movimiento nucleado en torno a Vox es una realidad con el peligro que ello supone para la democracia.

El éxito de este radicalismo en Andalucía ha envalentonado a sus líderes y seguidores que sacan pecho diariamente sin importarles lo más mínimo la falta de rigor y hasta la mentira para justificar sus soflamas llenas de estupidez y de ignorancia y que no resisten la más mínima crítica. Pese a ello ya está en la primera línea, aunque no parece que vaya a conseguir más allá de un 20% de apoyo electoral.

Si se estableciera alrededor de este neofascismo un cortafuegos, muy pronto pasarán al olvido sus odios y sus mentiras y esa manera tan simplista de solucionar los problemas de España. Esto es lo que está ocurriendo en las primeras potencias europeas, también alarmadas e inquietas por lo que ya es una realidad en Estados Unidos y Brasil. Pero lo preocupante en nuestro país es que Vox está encontrando su mejor apoyo en una derecha que se autodefine como constitucionalista y que representan el Partido Popular y Ciudadanos.

Es una evidencia que Vox proviene de las entrañas de un Partido Popular que se titula de «centroderecha» para esconder a esos nostálgicos franquistas que su fundador, Manuel Fraga Iribarne, supo integrar entre sus filas. Y ahora, cuando esos antiguos votantes suyos están dispuestos a apoyar a una nueva formación que abiertamente pretende retrotraernos a la España preconstitucional, el Partido Popular, vez de reafirmar los valores constitucionales, intenta ir incluso más lejos que los de Vox alimentando sus mentiras. Cuando escucho en boca de su líder Pablo Casado barbaridades como las de Abascal y los suyos me planteo dónde está la diferencia con ellos y cuál es su tan cacareado «constitucionalismo». ¿No sería mejor que en vez de abrazar a la derecha antidemocrática se dedicara a marcar sus diferencias y alejarse del populismo de Vox? Probablemente es lo que desea otra parte del Partido Popular, cuyo compromiso con la democracia es evidente, pero que ha sido defenestrada por un Pablo Casado que es su presidente pese a no haber recibido el apoyo mayoritario de sus bases.

Lo de Ciudadanos es aún más incomprensible. Por el prurito de situarse en el primer plano de la autodenominada centroderecha española está desarrollando una campaña totalmente incoherente a lo que fueron sus postulados fundacionales. Acepta los pactos con Vox en Andalucía, se manifiesta con sus líderes en Madrid y solo acepta un pacto a tres bandas en el que se incluye a Vox y se veta a la izquierda constitucionalista. Esto es algo que cualquier demócrata español no puede entender y que escandaliza a sus socios europeos que sí son liberales de verdad y no de boquilla como Albert Rivera.

La posibilidad de acabar con estos radicalismos que ponen en peligro la calidad de nuestra democracia está en las próximas elecciones del 28 de abril y en los pactos que necesariamente tendrán que producirse tras ellas. En estas elecciones no solo vamos a decidir qué Gobierno tendremos en los próximos años sino mucho más por lo que, en cierta medida, serán equiparables a las del 15 de junio de 1977. En esta ya lejana ocasión los españoles tuvimos que elegir si queríamos perpetuar el tardo franquismo, que defendía entre otros la Alianza Popular de Fraga y otros eximios nombres de la dictadura, o recuperar la democracia que aniquilaron las armas en la Guerra Civil. Ganó lo segundo y se inició un proceso constituyente en el que el propio Manuel Fraga, animal político como pocos, fue capaz de apartar de sí el tufillo de los Arias Navarro y López-Rodó para presentarse como adalid de la democracia. Es lo mismo que habría que pedirle a Pablo Casado. Pero por desgracia el parlanchín político que obtuvo la licenciatura en Derecho «en horas veinticuatro», títulos por prestigiosas universidades norteamericanas sin moverse de Aravaca y másteres sin saber cuáles fueron sus trabajos finales, carece de la altura política e intelectual de los que hicieron posible la Transición. Aunque lleve al hijo de Adolfo Suárez en sus listas.

A Ciudadanos habrá que pedirle que manifieste el mismo espíritu de concordia que hubo en 1977. Y lo mismo a todas las formaciones que creen en los valores fundamentales de nuestra Constitución ¿Se imaginan los lectores qué clase de democracia hubiéramos tenido en España si UCD, AP, PCE, PSOE y los nacionalismos hubieran practicado vetos cruzados cuando se reunieron por primera vez desde 1936 unas Cortes democráticas?

* Historiador