Todo un campo de hinojos es el que ha tenido que arrancar Susanna Ferrando, campesina de la huerta de Valencia, después de que la distribuidora que se lo había encargado cultivar la haya dejado, como ella misma afirmaba, "tirada". Se trataba de hinojo para la exportación para países del norte de Europa, pero como este invierno las temperaturas han sido más cálidas la demanda ha caído y ahora la distribuidora ya no quiere comprarle el hinojo que le había encomendado. Lo ha denunciado en un vídeo en Youtube. Un despilfarro económico, medioambiental y de horas de trabajo.

He aquí un ejemplo de los muchos que podríamos poner de lo que algunos llaman 'la crisis del campo'. Sin embargo no se trata de una crisis sino de una estafa, un conjunto de malas prácticas que repercuten negativamente en campesinos y consumidores. Un puñado de empresas controlan cada uno de los tramos de la cadena agroalimentaria, desde las semillas, pasando por los pesticidas y los fertilizantes químicos, la transformación de los alimentos hasta su distribución final. Se trata de multinacionales que anteponen sus intereses económicos al cuidado de la tierra, al derecho de los campesinos a obtener un precio justo por lo que producen y al derecho de los consumidores a saber qué comemos y a hacerlo de manera saludable. El problema no es del campo, es de todos.

Lo que le sucede al mundo agrario no es algo nuevo sino resultado de unas políticas que desde hace décadas han convertido la alimentación en un mero negocio, y que han contado con el apoyo de las instituciones públicas. Uno de los mejores ejemplos lo tenemos en la PAC, la Política Agrícola Común, las subvenciones que la Unión Europea destina a la agricultura, las cuales en vez de ayudar a quienes cultivan la tierra benefician principalmente a empresas de la industria agroalimentaria y a grandes terratenientes. Lo de trabajar el campo, para quienes reparten la PAC, parece que es algo secundario. Unos pocos, que de campesinos no tienen nada, se llevan la mayoría de las ayudas.

Los supermercados tienen también una gran responsabilidad en este modelo injusto, y deciden qué comemos, a qué precio lo pagamos y qué retribución recibe el campesinado. Lo paradójico del caso es que nosotros cada vez abonamos más dinero por la fruta y la verdura que compramos y el productor recibe menos. Los intermediarios se llevan la diferencia.

Susanna Ferrando, en Youtube, afirmaba: "No me volverá a pasar". No en vano lleva 12 años construyendo canales alternativos de comercialización, vendiendo directamente a los consumidores, apostando por la agricultura ecológica con su proyecto Camí de l'Horta. Lo hizo una vez, y nunca más. Tiene alternativas a este modelo depredador. Sin embargo para que esto no le suceda de nuevo a ella ni a otros, la solución no se encuentra solo en sus manos sino también en las nuestras, en el compromiso de los consumidores para apostar por otro modelo de distribución, comprando en mercados campesinos, supermercados cooperativos, grupos de consumo..., canales que ponen en el centro al campesinado, la salud y la tierra.

* Periodista