Con grandes dificultades Angela Merkel tejió la actual coalición de Gobierno que sumaba dos debilidades. La de la propia cancillera y su partido, el cristianodemócrata CDU, que vio cómo sus mayorías menguaban elección tras elección, y la del primer partido de la oposición, el socialdemócrata SPD que había sufrido un gran batacazo en las urnas. Sin embargo, Merkel tenía el enemigo en casa, en el partido hermano de los cristianodemócratas bávaros, la CSU, que ha amenazado con hacer saltar el Gobierno si la cancillera no se aviene a rechazar en las fronteras a refugiados que hayan pedido asilo en otro país europeo. Desde que en el verano del 2015 Merkel abrió las puertas a los refugiados, en los días álgidos de la guerra de Siria, le sobran enemigos en su país. A Merkel el resto de países europeos la dejaron sola en aquel agosto del 2015. Ahora, con ella mucho más débil y unos partidos xenófobos mucho más fuertes, no solo está en peligro su Gobierno. Lo está una Europa que no ha querido buscar una solución al reto de la inmigración. Y no parece que la idea de Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, de crear centros de inmigrantes fuera de la UE esté en vías de conseguirlo. Todo lo contrario.