Ha dicho Donald Trump que la inmigración no es un derecho, sino un privilegio. Lo ha soltado en el marco de su encuentro con Angela Merkel, que es la confrontación de dos modelos gracias al discurso no tanto proteccionista, como excluyente y egoísta, del presidente de EEUU. Así, frente a la reivindicación alemana de Europa, por parte de Merkel, tenemos el discurso autárquico de Trump: América para los americanos, un muro nebuloso, de hormigón discursivo y estallidos en Twitter, enclavado en el hambre de millones de rostros. Quién nos iba a decir, hace muy pocos años, que Angela Merkel se convertiría en la respuesta no sólo europea, sino europeísta, más firme y coherente contra un nuevo nazismo. Quién nos iba a decir, con la memoria inmóvil en la arena ferrosa de las playas de Normandía, que un Gobierno alemán tendría que recordar al de EEUU el cuadro de valores por los que se dejó la carne en aquellas arenas movedizas, sangrientas de metralla y tejidos comidos por la sal del silencio, por los que sacrificó a una generación de jóvenes marines, para enfrentarse al fascismo que había convertido Europa en su fantasma, en su decrepitud lacerante de cuerpos arrasados. Ahora, ese mismo fascismo nos llega de EEUU, también con un refrendo democrático, con los mismos mensajes de odio populista para ir trenzando un cerco con alambre de espinas.

Aunque a veces parezca lo contrario, no hemos hablado suficientemente de todas estas cosas, porque la trama seguirá complicándose antes de estallido político que pueda llevarse por delante a alguno de sus protagonistas, si es que no se lleva, antes, todo nuestro tablero por delante. De poco sirve, en realidad, para quien acredita tan reiteradamente no saber escuchar, tratar de articular un discurso instructivo. Pero antes de analizar la nueva dentellada de Trump a la ética global y su posible verdad, recordemos que EEUU no solamente es un país de inmigrantes -como lo fueron, de hecho, los propios abuelos de su presidente: desconfiemos, siempre, del viejo fanatismo del converso--, sino que en toda esa inmigración se ha ido cimentando parte fundamental de su riqueza. Ahora, cuando aparece una novela perdida de Walt Whitman, pienso en él y en sus Hojas de hierba, pienso en Emerson, en Emily Dickinson, en Henry David Thoreau en los bosques de Maine antes de escribir Walden, en Nathaniel Hawthorne, en Herman Melville. Pienso, entonces, en la tradición americana de escritores que fueron configurando, de manera consciente o indirecta, misteriosa o realista, una identidad de miradas y voces encontradas para dar timbre y luz a una expresión colectiva, que se enriquecería también con irlandeses y alemanes -como los ancestros de Trump--, con italianos, con asiáticos, con afroamericanos, con hispanos y con los miembros de la nación india que sobrevivieron a la política de exterminio que la convirtió en viento.

O sea, que este hombre va en contra de su propio país. Puede conocer un repunte económico en los próximos meses, pero el aislamiento internacional de EEUU, su enfrentamiento con Europa y su idilio con Rusia, a largo plazo, únicamente puede conducirle a un nuevo tipo de pobreza, inmediata en la vida y también estratégica, y sus ciudadanos lo valorarán cuando llegue el momento, si es que no se adelanta su caída.

Pero analicemos lo que le ha escupido a Merkel: la inmigración no es un derecho, sino un privilegio. Más allá de que alguien con la legitimidad intelectual y ética de Donald Trump, largamente exhibida en los últimos lustros, tenga la misma capacidad para delimitar derechos que para analizar una sola palabra de Walt Whitman, démosle la vuelta al titular. No es que la inmigración sea un privilegio, y no un derecho, sino que en el mundo de hoy, y en el de siempre, los derechos son un privilegio. Lo son desde del el momento en el que sólo los disfrutan unos pocos. En el mundo de Trump, serían muchísimos menos, por lo que el privilegio se restringiría más. Quiero decir que Trump, que generalmente oscila entre la estulticia y la maldad --da igual que hable de América, de Europa, de mujeres, de comercio, de la guerra, del Islam: hable de lo que hable, sus parámetros son el fomento del odio y la idiotez--, con su última falacia, ha acabado diciendo una verdad. No sólo la inmigración: todos los derechos son el privilegio de unos pocos. En la medida en que, como sociedad, los pongamos al alcance de más gente, estaremos sacando a Trump de nuestro mundo, y la vida imperfecta comenzará de nuevo.

* Escritor