Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada uno pueda encontrar la suya, dijo el pequeño Príncipe. En esta semana dedicada al libro, con todo lo que ello implica de transmisión del conocimiento, industria editorial, libertad de pensamiento, premios literarios, día de San Jorge, etcétera; recobra especial protagonismo la obra El Principito, que su autor Antoine de Saint-Exupéry viese publicada un año antes de su trágica desaparición, y que conmemora estos días su nacimiento hace 75 años en Nueva York. La obra más traducida y vendida de la literatura francesa y una de las obras más célebres, como lo acreditan los 150 millones de ejemplares vendidos en el mundo en más de 250 lenguas y dialectos.

Es imposible contabilizar la magnitud de los musicales, adaptaciones teatrales, radiofónicas, animadas, digitales y cinematográficas de esta obra. Precisamente, ahora también se cumplen diez años que en el Gran Teatro de nuestra ciudad se presentó la adaptación realizada por Luis López de Arriba. El encanto de la obra de Saint-Exupéry, además de su tremenda versatilidad es que, tras la apariencia de un cuento infantil, esconde todo un manual sobre el sentido de la vida, la amistad o el amor. Y esto, no pasa nunca de moda.

La silueta icónica del Pequeño Príncipe nos deja auténticas lecciones que silencian nuestros ruidos y sosiegan el espíritu indomable. Así, en la época donde nos convertimos en instruidos catedráticos y jueces implacables de todo lo que pasa por ese escaparate que llamamos actualidad, la vocecilla extraña de este aristocrático personaje nos advierte que «es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que juzgar a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo eres un verdadero sabio». Y cuando andamos perdidos entre las ramas de lo superfluo e inmediato y el estrepitoso sonar de la farándula, el Principito nos desvela su secreto, que no puede ser más simple y ha perdurado durante décadas y culturas: «solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos».

En apenas cien páginas, el escritor francés creó un mundo imaginario que traspasa las fronteras de los sentidos, los fracasos y los prejuicios de todo tipo, para hablarnos al corazón y servirnos de espejo de tantas realidades que nos acompañan en la vida. «Conozco un planeta donde vive un señor muy colorado, que nunca ha olido una flor, ni ha mirado una estrella y que jamás ha querido a nadie. En toda su vida no ha hecho más que sumas. Y todo el día se lo pasa repitiendo como tú: ‘¡Yo soy un hombre serio, yo soy un hombre serio!’... Al parecer esto le llena de orgullo. Pero eso no es un hombre, ¡es un hongo!»... Y seguro que hasta preside un país que conoces.

«¡Qué planeta más raro! --pensó entonces el Principito--, es seco, puntiagudo y salado. Y los hombres carecen de imaginación; no hacen más que repetir lo que se les dice»... A pesar de ello, lo que realmente embellece al desierto --dijo el Principito-- es el pozo que se oculta en algún sitio.

* Abogado y mediador