La Magna Nazarena se adentró esplendorosamente en la Santa Iglesia Catedral, convirtiéndola durante una semana en un «bosque de cruces», en la Magna Exposición. El obispo de la diócesis, Demetrio Fernández, fue el encargado de inaugurar esta muestra, un camino de la cruz a través de las imágenes para conmemorar el 90 aniversario de la consagración de Córdoba al Sagrado Corazón de Jesús, el 450 aniversario de la muerte de San Juan de Ávila, el 25 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de la Fuensanta y el 75 aniversario de la Agrupación de Hermandades y Cofradías. Y como colofón la presentación del libro-catálogo de la Magna Exposición, coordinado por Sarriá Herrera Pérez, comisaria de la muestra, quien subraya su principal destello: «Nos encontramos ante una obra bibliográfica excepcional que, a buen seguro, pasará a convertirse en referente y memoria viva de este magno acontecimiento para la historia de la cultura y de la fe de la diócesis de Córdoba». Hoy, domingo, regresan a sus templos las imágenes, tanto en procesión como de manera privada, culminando así la Magna Exposición. Miles de visitantes se han desplazado a nuestra catedral para admirar y contemplar ese «bosque de cruces» en imágenes de impactante atractivo artístico y religioso. Vale la pena tomar el pulso a ese otro «bosque humano» de miradas y latidos, para captar la dimensión cristiana de este gran acontecimiento. Porque el hombre de hoy y de todos los tiempos necesita ver y sentir. Así lo entendió Dios y envió a su Hijo, imagen viva de Dios, que se reviste de lo sensible, de la humanidad. Lo divino quedaba oculto a los sentidos. Pero a través de lo humano se hacía comprender que con él estaba, que él era Dios. Igual que la palabra es para el oído, la imagen lo es para la vista. Cristo es la Palabra de Dios. De la imagen visible trasciende el hombre al amor de lo que no ve. Pero lo que se ama no es la copia, sino el original representado. Y el hombre que contempla la imagen debe transformarse en imagen de Cristo. Entre todo lo humano, ninguna más sublime humanidad que la de nuestro Señor Jesucristo. Lo diremos una vez más: el culto a las imágenes es una de las formas más extendidas de la piedad popular cristiana. Por eso, las procesiones adquieren una gran importancia. La imagen conduce a la oración. Y con la imagen llega el mensaje y contenido de la fe; con el retablo, el Evangelio. El pueblo sabe distinguir muy bien el camino de lo que es el santuario; el signo del credo, de la fe; la representación, del misterio representado. Por eso, la Magna Nazarena ha impactado en tantas miradas y corazones. La imagen, el icono, la figura, es el soporte material, artístico, sensible, de una realidad invisible. Un reflejo del misterio de la encarnación del Verbo, en el que la visibilidad de lo humano conduce al reconocimiento de Dios. De lo sensible, a lo que no se ve; de lo material, a la contemplación espiritual. Es como un puente que enlaza al hombre con el misterio. Y este ha sido el verdadero sentido de la Magna Nazarena y de la Magna Exposición.

* Sacerdote y periodista