Me ha sabido a gloria después de casi dos meses de ‘mono cafeinómano’ en los baretos que frecuento para tomarme mi cafelito y dedicar un tiempo a la escritura. De hecho este artículo, como tantos otros, sale desde un bar. Escribo también en casa, por supuesto, pero siempre me parece que escribir en el bar con tu café de por medio te invita a que no te distraigas, a que tienes un tiempo concreto para que la inspiración y el esfuerzo y la constancia conformen una unidad que permita que salga el fruto: el lenguaje escrito. En cualquier caso, como era el primer café cafeteril después de dos meses, he dedicado un tiempo merecido a charlar con el dueño, pues eso, sobre ‘la cosa’. Siempre hay ‘una cosa’ sobre la que conversar. Los cordobeses somos así. Pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, la pregunta siempre es la misma: ¿cómo va la cosa? Pues Fernando, el propietario del bar el Arcángel, al que suelo acudir con una cierta frecuencia como lugar de encuentro con mis amigos Carlos y José Luis, me sitúa con los pies bien anclados en el suelo. La situación es realmente complicada pero sin perder el horizonte de esperanza y, sobre todo, de confianza en la ciudadanía cordobesa. Como tantas otras empresas, ha tenido que acogerse a un ERTE que afecta a cuatro trabajadores. En su rostro aprecio una mezcla entre el disgusto y la tristeza. De momento, me dice, sólo abrirá hasta el mediodía en espera de que la situación vaya mejorando, de que a la llamada ‘nueva’ normalidad se le vaya borrando el adjetivo con el que a la normalidad se la ha bautizado. En el fondo, no queremos una nueva normalidad, sino que queremos la de siempre mejorada. Somos capaces de mejorar. Cuando un alumno o alumna nuestro suspende, no le pedimos que sea otro individuo o individua diferente del que es, sino que mejore desde él o ella misma. No queremos que desaparezcan y sean otros nuevos, sino que sigan siendo ellos mismos pero que saquen lo mejor de ellos mismos que seguro que lo tienen. Cuando un alumno suspende, no le pido al colegio que me lo cambie por otro que apruebe, sino que me deje utilizar las herramientas necesarias para sacar adelante al que ya tengo. Algo así sería lo que desde el pasado lunes 11 de mayo, cuando arrancó la fase 1 de la desescalada, tendría que ocurrir en nuestra ciudad. Córdoba es la que es, con sus defectos, con sus virtudes, una ciudad de comercio, hostelería y turismo. No pretendamos ahora que sea otra cosa distinta de la que es. La industria que hubo hace ya muchos años se fue al garete, no supimos cuidarla, mimarla. Cuando los problemas no nos afectan de manera individual no nos importan tanto. Y no entiendo por qué. Un problema de salud ha despertado a todos los políticos de su letargo, tanto a aquellos que se están encargando de gestionarlo, como a quienes se encargan de criticarlo. Deberíamos hacer exactamente igual con otros problemas, con los problemas de nuestra ciudad. Este maldito bicho se irá, claro que se irá, pero Fernando tendrá que seguir lidiando con su ERTE. Este problema no va a desaparecer con el coronavirus. ¿Lo vamos a dejar ahora tirado? ¿Este ya no es nuestro problema? ¿Giraremos la mirada hacia nuestro propio ombligo? Es el momento de tomar seria conciencia de la ciudad que somos y en la que todos, cada uno en la medida de sus posibilidades, debemos arrimar el hombro, pero no, y repito, para construir una ciudad distinta de la que realmente somos, sino para dotar desde todos los estamentos e instituciones, empezando por la institución fundamental de toda Democracia, que son sus ciudadanos y ciudadanas, de herramientas eficaces para salir adelante. Ojalá entre todas y todos lo consigamos.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea