Niceto Alcalá Zamora Torres ha sido el español que sin privilegio de nacimiento y de manera democrática más tiempo ha ejercido la Jefatura de Estado. Murió, por desgracia, como tantos españoles en el exilio, en este caso, argentino. Pasó los años terminales de su vida con algunos familiares en un pequeño apartamento en la avenida Las Heras de Buenos Aires, su última morada. Allí en un sofá gastado daría el último suspiro como nos recuerda un reloj en su casa-museo de Priego, detenido junto al mismo sofá, marcando la hora de fallecimiento. Una pequeña lamparita en la pared de al lado siempre está encendida en recuerdo de su memoria. Así lo dispuso la familia. En la misma estancia también aparece un retrato, tal vez el postrero, del que fuera presidente de la Segunda República desde 1931 a 1936, con el pelo cano y una larga barba, muy delgado y con los ojos entre la melancólica tristeza, como quien mira el destino que fue esquivo, y la aceptación de la adversidad.

Niceto Alcalá Zamora tuvo dos entierros. Uno, en 1949 en Argentina, en el cementerio de la Chacarita. En una ceremonia íntima, con muy pocos asistentes, en su mayoría familiares. Fue inhumado en lugar extraño con dos puñados de tierra que guardaba para la ocasión, como dejó expresamente escrito en su testamento, recogidos en el Pirineo, al salir hacia el exilio en lo que aparentemente era un viaje de placer al norte de Europa y el otro puñado, tomado de Priego de Córdoba, su tierra natal, que siempre le acompañaría de manera premonitoria por todo su trágico destino fuera de España. El segundo entierro se produjo en 1979 en el cementerio de La Almudena en Madrid, con enorme secretismo y sin los merecidos honores de estado que le hubiesen correspondido por justicia histórica. Llegó de tapadillo en un barco al puerto de Barcelona y desde ahí un traslado con máxima discreción en coche fúnebre hasta la capital madrileña, acompañado solo por familiares. Se daba así respuesta a la petición familiar del traslado de los restos desde Sudamérica, una vez que Franco había muerto y se restauraba la democracia en el país. Nones, Adolfo Suárez no lo consideró oportuno. Sí aceptó dos años después pero, eso sí, máxima discreción y por supuesto nada de homenajes de estado a tan relevante figura.

Tal vez un impedimento sea su derechismo para la izquierda y su republicanismo para la derecha el motivo por el cual todos los presidentes de gobierno de un color y otro han actuado con una enorme desmemoria histórica con esta figura. Ni uno solo ha sido capaz de llevar en público una sola flor a su tumba, ni uno solo ha solicitado un homenaje público. Para una figura relevante no existe mayor condena ignominiosa que el olvido y este es el caso. Un pequeño librito de Alcalá-Zamora, 441 días, publicado como artículos y luego en sus memorias es uno de los más lúcidos y penosos episodios recogidos del dolor que causó el exilio. En algunos casos la memoria histórica lleva el prefijo (des).

* Profesor