En estos días parece que nadie quiere escuchar. No se me ocurren mejores palabras que las que pronunció el pastor Niemöler -no Berthold Brecht- en la Semana Santa de 1946 en una iglesia de Kaiserlautern y que luego, por razones del destino, siempre quedarían entre nosotros como escritas por el dramaturgo de Ausgburg. Niemöler pasó cuatro años en Dachau por enfrentarse a los nazis. Sin embargo, dos años antes de entrar en el campo de concentración, había defendido al gobierno nacionalsocialista. Se arrepintió sobre su papel y el de otros que callaron durante la barbarie de Hitler. Escribió aquel sermón en el que dibujaba una Alemania en la que todo les estaba pasando a los otros. Judíos, comunistas, intelectuales, curas, obreros... iban detenidos, pero a él eso no le importaba, no iba con él. Y luego, cuando ya cayeron todos, «ahora vienen a por mí, pero es demasiado tarde», y terminó encarcelado entre judíos, comunistas, intelectuales, curas y obreros.

En 1980 estos versos eran un mal sueño que había acontecido cuarenta años atrás a otros. Cuarenta años después, no puedo mantener silencio. Y si vienen por mí, por nosotros, espero tener la conciencia limpia de no haber callado. No es una distopía. Vamos al abismo y seguimos pidiendo libertad para no respetar las medidas de seguridad ni al gobierno que las decreta. Todos vociferan. Todo es culpa del otro. Este fuego lo están azuzando los que luego nunca se quemarán pero verán complacientes cómo los demás arden.

Contemplo dos escenarios: EEUU y España. Aunque muchos no lo sepan, son los países desarrollados que han conocido más asesinatos de presidentes en los últimos doscientos años. Lincoln, Garfield, Mckinley y Kennedy, por un lado. Prim, Cánovas, Canalejas, Dato y, en la dictadura, Carrero Blanco, por otro. Poco edificante ejemplo de crímenes de odio político. Además, ambos países tienen el desgraciado deshonor de dos sangrientas guerras civiles. Casi 620 mil bajas en la guerra de Secesión. En torno a 500 mil en nuestra guerra.

Ahora, estos escenarios vienen a colación: odio político y lenguaje guerra-civilista. Creo que los «caudillos» populistas, con su yelmo y todo y sin haber hecho la «mili», y los oportunistas del otro extremo nos están conduciendo al abismo. Sin ser equidistante, reclamo algo de equilibrio para poder dialogar. Bastan estos dos ejemplos. En EEUU la campaña electoral los ha colocado en una situación desconocida desde el siglo XIX. Trump insulta a la presidenta del Congreso, es un ‘conspiranoico’ imitado por ignaros ‘fascistoides’ de todo el mundo. No duda en defender los movimientos supremacistas, habla de una conspiración profunda contra él, duda de antemano del voto por correo, calla ante el intento de secuestro de la gobernadora de Michigan, manifiesta un increíble desdén sobre el covid. Y, sobre todo, amenaza con no reconocer el resultado electoral si le es desfavorable. Analistas políticos alertan de un peligro de confrontación civil que no tiene precedentes desde 1861. Parecen señalar que nos encontramos frente a una nueva «caída de Roma». Cultural, política, social y económicamente formamos parte también del ‘Imperio’ que parece tambalearse y cuya caída, de producirse, tendría consecuencias poco imaginables ahora.

En el caso de España se ponen en cuestión las instituciones por quienes otrora jamás las respetaron. Unos presentan la república como panacea que resolverá todos nuestros males. La república -dicen- es la solución a todo, o casi. Otros aportan otras soluciones fascinantes: deberían gobernar los técnicos, que seguro remediarían nuestros males. Esto también lo decían Mussolini, Hitler y Franco, por este orden. No quieren ver que saber técnico y gobierno son cosas bien distintas. Otros se someten a la imparcialidad de los jueces, solo cuando sus sentencias les favorecen, entonces aquellos sí son imparciales. Pero ellos saben que algunos jueces hacen política en sus sentencias. El orden, la disciplina, la bandera, un gobierno de concentración, esto es lo que nos dará el remedio total. A otros, la independencia es lo que les traerá la vacuna, la felicidad social y económica; abandonando así a una España arcaica. No hay espacio para más. Todo se ha vuelto ruido, agravio, acusación, odio. Por supuesto, se han cometido errores por todos, ‘errare humanum est’; si bien, gritar «gobierno criminal» es buscar sobre todo el enfrentamiento. Lo que nos pasa es fruto de una agonía cíclica que solo podemos salvar entre todos y que merece políticos sensatos, compromiso, estudio, reflexión y, al fin, diálogo. J.S. Nye y otros nos advierten de que uno de los escenarios probables en el futuro es la vuelta a los estados autoritarios. ¿Nadie recuerda que hace ochenta años esa solución costó más de 50 millones de muertos? Yo acuso hoy de silencio cómplice si no exigimos diálogo y respeto. Acuso a los que saben que solo desde la revuelta conseguirán sus beneficios sin arriesgar. A otros los acuso, porque solo desde la ignorancia están abonando la catástrofe. Si vienen a por ti, sabré que luego vendrán a por mí.