La poeta uruguaya Ida Vitale se preguntaba con simpatía, al recoger el Premio Cervantes, por qué no se lo habrían dado «hace diez años», aunque a sus 95 años y con gran lucidez disfrutó de esa dicha tardía. Ayer, el dramaturgo inglés Peter Brook, al conocer que había sido galardonado con el premio Princesa de Asturias de las Artes, dijo que «si puede» acudiría a la ceremonia de entrega en Oviedo. A sus 94 años, y considerado una de las mayores figuras del teatro del siglo XX, se mostró infinitamente agradecido por el reconocimiento, pero dejó ver las dificultades físicas que le impone la edad. En los últimos tiempos estamos asistiendo a la entrega de importantes premios a personalidades que, desde luego, son merecedoras de los mismos por su trayectoria, pero que los reciben a una edad muy avanzada, a veces cuando hace tiempo que quedó atrás su actividad creadora. Cabe preguntarse las razones, pues pueden ser de estricta justicia tardía, pero también de cierta comodidad o equidistancia de los jurados que prefieren no generar polémica al decidir entre figuras relevantes en activo. También los jurados deben arriesgar y reconocer a profesionales o artistas en momentos que pueden ser más útiles a sus carreras.