Nuestros niños nos miran y nos interpelan con el silencio de su miedo: “¿Qué habéis hecho?”. Nuestros antepasados nos susurran desde el recuerdo: “¿Qué habéis hecho?”. El águila y el jilguero, la morsa y la ballena, el gamo y la tortuga salieron confiados de la barca de Noé; y los bosques engendraron árboles humanos, y las montañas alzaron sus paisajes, y el aire se hizo azul y mostró el sueño de sus nubes, y las lluvias rieron en los ríos, y los ríos se durmieron en mares, y las estrellas diseñaron noches. Ahora todos nos preguntan: “¿Qué habéis hecho?”. Nos preguntan su inocencia y el pavor de estar en nuestras manos, estas manos de dioses corrompidos, atrabiliarios, egoístas. Y en el páramo infinito en que hemos convertido la existencia, Dios, como a Caín, nos interpela: “¿Dónde está tu hermano? ¿Qué ha sido del Paraíso donde te instalé?”. Y tenemos la osadía de responder: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. Traicionamos nuestra herencia, corrompimos al adulto que debiéramos haber sido y nos quedamos en necios, estúpidos, banales, mentirosos; y nos dedicamos a jugar con la mentira. Y dejamos la naturaleza, la cultura, la política en manos demoníacas, que utilizaron el poder para envenenarnos con la nada y convertirnos en la masa informe, maleable según su insaciable afán de acaparar más dinero y más poder. Esta vez el Mal apareció en China, pero como estaba lejos, no existía. Luego saltó a Italia, pero como estaba lejos, no nos afectaba. Luego se sembró en España, pero no nos incumbía. Ahora nos aísla, pero aún creemos que podemos soslayar nuestra traición a todo lo que era nuestra responsabilidad. ¡Mirar siempre para nuestro ombligo e ignorar lo que el tiempo nos enseñó tras tantas calamidades, tantas muertes! Dos guerras mundiales. Dos bombas atómicas. Dos ideologías. Ahora, nosotros, cainitas de nosotros mismos y nuestra conciencia, de nuestros hermanos y nuestro planeta, corremos a escondernos del porqué hemos llegado a esto, en una carrera suicida de seguir engañando y traicionando la pureza de la vida en la demencia del consumismo, que nos inocularon desde nadie sabe qué despacho, qué negra mente diabólica, qué muerte sin esperanza ni fe en la esperanza. Sí, todo nos pregunta en lo más hondo de nosotros: “¿Qué hemos hecho?”.

* Escritor