Dentro de tan solo unas horas es Nochebuena, y el villancico es la voz de estos días que pone fondo a nuestros paisajes cotidianos. Viajando dentro y fuera de nuestro país he comprobado cómo, en muchas latitudes muy lejanas entre sí geográfica y culturalmente, este tiempo de Navidad no solo transforma la cara amable de las ciudades con sus atractivas iluminaciones, con su oferta lúdica de atracciones para los más pequeños, o los pregones de Navidad --como el de Pamplona , protagonizado por la Red de lucha contra la pobreza y la exclusión social--, sino que también predispone de buenas intenciones a la mayoría social. Es el tiempo de los buenos deseos, de las felicitaciones - cada vez más virtuales-, de las comidas de empresa y amigos, de los encuentros familiares. Las zambombas callejeras recuperan su alegre espíritu, los coros hacen sus rondas y Mamá Noel ya tiene también su cabalgata. Me pregunto, más allá del reclamo comercial del regalo que se impone estos días, en sus distintas versiones de amigo invisible, Santa Claus o pajes reales, ¿qué sentido tiene celebrar la navidad para el hombre del siglo XXI?. Una navidad que desde muchas instancias se quiere desnaturalizar, camuflar con felicitaciones neutras, o arrinconar escondiendo los belenes o cambiándolos por abetos venidos de lejos. ¿Tiene todavía sentido un Salvador para la sociedad del Tercer Milenio, para ese hombre que ha alcanzado la Luna, que investiga sin límites los secretos de la naturaleza y descifra los códigos del genoma humano, ese que navega en el inmenso océano de internet, que ha convertido la Tierra en una pequeña aldea global, que avanza exponencialmente respecto de toda su historia?.

Como contraste, sin embargo, estos días de opulencias y gulas, mil millones de hambrientos nos contemplan. Y no se trata de silenciar nuestras conciencias con la coartada de sentar por unas horas a un pobre a nuestra mesa, sino de luchar todo el año contra las injusticias y la precariedad en la que vive tanta gente, empezando por la que tenemos a nuestro alrededor. Pienso, además, para responder al interrogante, en el dolor y la soledad de los que viven cercados por la enfermedad o la pobreza, en quienes permanecen prisioneros del odio o de mil dependencias que los empequeñecen y esclavizan, en quienes caminan encorvados por el peso de los escombros de una vida rota o por las cicatrices abiertas de briegas y refriegas personales, o cegados por las intolerancias y los fundamentalismos.

El portavoz de Jueces para la Democracia Joaquim Bosch, hace unos días publicó a través de un tuit un comentario que se hacía viral y ponía el dedo en la llaga: «Cada vez me pasa más, como juez de guardia, encontrarme con cadáveres de ancianos que llevan muchos días muertos, en avanzado estado de descomposición. No sé si está fallando la intervención social o los lazos familiares. Pero indica el tipo de sociedad hacia el que nos dirigimos». Tiene razón. Por todo ello creo que necesitamos de la Navidad, para pensar más allá de nosotros mismos.

Sí, creo que la Navidad no es una fecha del calendario, ni un acontecimiento conmemorativo, sino una vivencia que experimentamos cada año. Sí creo que necesitamos un Salvador que sea auténtico y no le descubramos mañana en un renuncio ni en fraude; que sea coherente entre lo que piensa, lo que dice y lo que hace y no cambie de chaqueta según sople el viento; que sea valiente y no se lance a la fuga; que centre su mensaje no en proclamas populistas sino en los pilares de la justicia, la verdad, el amor y la libertad. Sí creo que necesitamos sentir y experimentar que el bien vence sobre el mal, que el amor es más fuerte que el odio, que somos importantes en la vida de alguien.

Por eso, te invito a compartir de manera sencilla pero sentida estos días, nuestra alegría y esperanza por todos los rincones personales por los que transita nuestra vida. Feliz Navidad, a todos.

* Abogado