Pensaba dedicarles estas líneas al Día internacional de la diversidad biológica, que se celebra hoy, poniendo de manifiesto cómo la actividad humana ha alterado tres cuartos del medio ambiente terrestre y alrededor del 66% del medio marino, con un millón de especies de animales y plantas en peligro de extinción. Todo ello, aprovechando que hace unos días el Gobierno mandó a las Cortes el proyecto de ley de Cambio Climático y Transición Energética, apostando por la descarbonización del país en el medio plazo y por seguir la senda del Acuerdo de París y la Unión Europea. Buen camino, pero que deja en evidencia y se pone en contradicción con el abusivo monopolio de las eléctricas en España, con la penalización del autoconsumo solar en nuestro país, y los datos de que Alemania produjo el año pasado seis veces más energía solar que España, país de sol y playa. Francia e Inglaterra también generan más energía eléctrica que nosotros con la luz solar. Sorprendente contradicción, que se agudiza con la apuesta por el vehículo eléctrico frente a otras energías más limpias y baratas que, de nuevo, favorece el control de las empresas eléctricas, siempre agradecidas, apreciadas puertas giratorias. Esperemos que el proyecto no quede en otro brindis al astro rey. Nuestras soluciones están en la naturaleza, señala la ONU para hoy, no en el impuesto al sol. Es el precio de la contradicción y la falta de coherencia.

Pero me van a permitir que, sin perder el hilo del tema, hagamos un guiño a la figura de Julio Anguita, con motivo de los homenajes tras su reciente pérdida. Donde la coherencia sobresale como elemento destacado de su biografía, con independencia de que no se compartan posturas ideológicas o se cuestione su gestión, o su olfato político para apoyar a figuras de quinto nivel muy discutibles. Un hombre que tuvo una profesión previa a la política, que es mucho pedir hoy día en el curriculum de nuestros representantes. Que renunció a las prebendas de la pensión como diputado, lo que hoy, que cobran hasta la dietas en vacaciones, nadie se plantearía; que renunció a las escoltas, que utilizaba con frecuencia el transporte público, que entendía la política no como confrontación sistemática con el adversario, sino como servicio a los ciudadanos. Anguita antepuso los principios por encima de los intereses, fiel a sus posturas de izquierdas vivió con moderación, en su barrio y con los suyos frente al derroche de la neoizquierda de salón; su amplia cultura le llevó al diálogo con sus interlocutores desde la solidez de los argumentos sin emplear las descalificaciones al uso. Nada que ver con el panorama actual. Antepuso siempre, ser honrado a ser de izquierdas, y eso Felipe González no se lo perdonó nunca en los tiempos de los GAL, Filesa y Juan Guerra. Es el precio de la coherencia. Por eso se decía de él que hablaba con autoridad, no con las cuatro frases huecas de los asesores de turno y el cursillo de marketing con que el partido nos vende hoy el producto. «Votad a los políticos por lo que hagan, no por lo que digan», insistía. La coherencia entre lo que se dice, piensa, siente y se hace, como virtud pública. Me recuerda un defensor de la ciudadanía de una diputación cercana, al que el recién llegado gobierno de turno le exigió fidelidad en su gestión más allá de los intereses ciudadanos, y su negativa le costó el puesto. El sábado algunos aparecían muy abatidos en la foto de despedida del primer edil, cuya presencia les señalaba y cuestionaba sus cínicos trapicheos y sucios apaños, sus frentismos cainitas, la burla a todo aquello que este hombre representaba. No faltó el pueblo sabio y agradecido, que distingue el grano de la paja, lo auténtico de la impostura.

* Abogado y mediador