Hoy, 2 de febrero, solemnidad de la Presentación del Señor en la liturgia de la Iglesia, se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, con el lema «La vida consagrada con María, esperanza de un mundo sufriente». Desde el convento de Santa Marta, junto a la comunidad de religiosas jerónimas, de las que soy capellán, quiero escribir esta postal que también se hace extensiva a todas las comunidades de vida consagrada de la diócesis cordobesa. Santa Marta es el convento más antiguo existente en nuestra ciudad, fundado en 1461 bajo la protección de los condes de Cabra y de la familia Cárdenas. A su compás se accede por un bello arco angrelado, decorado ricamente por ambos lados. Luego, la iglesia es un verdadero museo, destacando su puerta de acceso desde el compás, realizada en tiempos de los Reyes Católicos, a principios del siglo XVI, por Hernán Ruiz I, en el llamado estilo gótico humanista. En el interior destaca el retablo de madera dorada, obra del escultor Andrés de Ocampo y del pintor Baltasar del Águila, realizado en 1582. En el interior del convento, la comunidad de religiosas jerónimas, con sor Fátima, toda una institución, y sor María de Gracia, al frente, como coordinadora general de la vida comunitaria y de la conservación del monasterio. Las monjas jerónimas nacieron en Tierra Santa, al lado de la cueva de Belén, cuando santa Paula fundó un monasterio para las vírgenes del Señor, y otro para san Jerónimo y sus monjes, con el sello indeleble del amor a las Sagradas Escrituras. Reluce también, entre los destellos de la Orden, una pobreza radical, acorde con el sentir de santa Paula, que terminó su vida diciendo: «Mi deseo mayor es morir como una mendiga, sin poseer ni el sudario en que haya de ser amortajada». Hoy, onomástica de los consagrados y consagradas en las distintas Órdenes y Congregaciones religiosas, contemplando la silueta de María, se presentan como «esperanza de un mundo que sufre». Emociona pensar que, en un mundo donde muchas veces nos juzgan no por lo que somos sino por lo que tenemos, haya personas dispuestas a renunciar a todo tipo de bienes materiales. Emociona pensar que, en un mundo donde casi siempre se encumbra y se ensalza la racionalidad como respuesta a todo, haya gente que elija seguir el dictado de su corazón. Emociona pensar que, en un mundo donde se busca la gratificación instantánea, haya gente dispuesta a renunciar a muchas cosas para vivir intensamente su relación con Dios. En definitiva, emociona pensar que, en un mundo donde muchas personas solo creen en lo que ven y en lo que tocan, haya gente capaz de dar la propia vida por sus creencias. Sí, hay personas que consagran su vida a Dios. Por eso, se sienten inmensamente afortunadas. Van a vivir la historia de amor más apasionante jamás contada. Saben que Dios siempre estará a su lado. Aman con locura a Dios. Y viven apasionados por Él, por su sabiduría y grandeza, por su infinita bondad. Santa Marta, como todos los monasterios, es un «oasis de espiritualidad» en nuestra capital, «una antena que sintoniza con las alturas». En sus claustros, abiertos al firmamento, se respira esa paz infinita que nos adentra en ese otro mundo de lo sublime, que sólo puede saborearse desde la fe. En esta jornada, todos los monasterios, iluminados por la gracia y los dones del espíritu, ofrecen a la sociedad de nuestro tiempo una alternativa de felicidad: la de la oración, la relación íntima con Dios que da sentido a la consagración. Como subraya sor María de Gracia, «es el aire que nos hace respirar la llamada; sin ese aire no podríamos ser buenas consagradas»

* Sacerdote y periodista