En estos tiempos líquidos en los que las declaraciones se mudan con tanta facilidad, la ciudadanía ha de estar atenta para interpretar las señales de los políticos so pena de no entender adónde vamos. Si fuera por sus palabras y por sus actos, del señor Sánchez podríamos decir pocas cosas ciertas: que quiere seguir en la Moncloa, que le gustan los eventos internacionales, que no tiene proyecto definido para España como conjunto, que argumenta sosteniendo una cosa y su contraria y, finalmente, que le afea a otros, en un rasgo de absoluta incoherencia, lo que él mismo hizo. De donde se deduce que lo único claro es que quiere ser investido presidente a cualquier precio.

El problema es que, para serlo, está posicionando al PSOE en un lugar difícilmente compatible con su trayectoria y, creo, con sus votantes. Es decir, el presidente Sánchez está llevando a su partido a un lugar ideológico condicionado por las negociaciones para que él sea presidente, no a donde los principios del PSOE y sus militantes han decidido ir.

Los nuevos ejes programáticos del PSOE, definidos por las declaraciones y actos del presidente en funciones, esos que no afloraron en campaña electoral y que se van configurando por las necesidades de ser investido, son dos: un giro a la izquierda en temas económicos y sociales, y un discurso nacionalista. Es decir, el PSOE de Sánchez se está posicionando como un partido de izquierdas clásico por el contagio de Unidas Podemos, y, al mismo tiempo, como un partido nacionalista en aquellas comunidades en las que este eje político existe o se puede explotar, o sea, en Cataluña, País Vasco, Navarra, Comunidad Valenciana, Baleares y Galicia, por la necesidad de los apoyos de Esquerra Republicana de Cataluña.

Para ver que el PSOE está entrando en los postulados de Unidas Podemos basta con leer algunas declaraciones de la señora Celaá. Y, aunque de momento no está trascendiendo mucho de las negociaciones con Podemos, mucho me temo que el reparto de carteras ya es toda una señal para la política económica que nos espera. El PSOE está alejándose de sus posiciones de una socialdemocracia moderna de corte alemán (en el que lo instaló Felipe González), para entrar en las de un socialismo estatista de origen francés (Piketty será el autor de cabecera). Lo que augura una política económica más intervencionista y rígida, a pesar de la vicepresidencia de Nadia Calviño, que no es lo que, en principio, necesitamos en estos tiempos, pues es posible hacer una política económica social, pero flexible, y, desde luego, mucho más moderna.

Por otra parte, el PSOE ha aceptado ya los postulados del PSC, de que Cataluña es una «nación» (de donde se deduce, por generalización, que otras comunidades lo son, y que España no es nada, pues una «nación de naciones» no es nada), que lo que se vive allí es un «conflicto político» (supongo que tendrá esa misma calificación la situación en el País Vasco, aunque ahora esté larvado), que la inmersión lingüística en catalán es esencial y que hay que hacer una mesa bilateral entre el Gobierno Central y la Generalitat para reconducir el tema «políticamente», es decir, aceptando de hecho la igualdad entre los Gobiernos (lo mismo que reclamará el Gobierno Vasco). El PSOE está aceptando, nos cuenten lo que nos cuenten, un proceso de negociación para la asociación de Cataluña (y el País Vasco), lo que tendrá consecuencias políticas y económicas para toda España.

No sé si es este posicionamiento coincide con lo que realmente quiere la militancia del PSOE pues no se manifiesta, ni si es realmente el que quiere para su partido el señor Sánchez porque de sus palabras se puede deducir cualquier cosa. Pero es lo que infiere de lo que va trascendiendo. O sea, que el PSOE está dejando de ser un partido de sólidos principios. Y todo por una presidencia precaria para el líquido señor Sánchez.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola Andalucía