En el inicio de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Marx recurre a Hegel para comparar la situación de Francia con Luis Napoleón Bonaparte (luego sería Napoleón III) con la existente cuando Napoleón se coronó como Emperador. Y en aquella primera frase de su obra afirmaba que para el filósofo alemán «todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra como farsa». En la historia contemporánea de Cataluña no ha habido ni grandes acontecimientos ni grandes personalidades con un eco de ámbito universal, pero sí hemos asistido en los últimos tiempos a comparaciones entre el presente y otras coyunturas históricas, en particular con la etapa de la II República, a veces de manera desafortunada como ya tuve ocasión de señalar en otro artículo hace unos meses al aclarar que no existía equivalencia entre la actuación de Companys en 1934 y la de Puigdemont en 2017. En mi opinión, sería exagerado definir como una tragedia los hechos protagonizados por Macià en 1931 o los de Companys en 1934, pero sí se aproximan a la misma los de Puigdemont, aunque en algunos momentos, y más ahora que se acerca el tiempo de carnaval, puedan ser vistos como una comedia.

En 1931, aunque todo se resolvió gracias a la negociación entre Alcalá-Zamora y Macià, al reunirse las Cortes Constituyentes Cataluña tuvo protagonismo desde los primeros momentos, incluso antes de comenzar los debates sobre el texto constitucional. Por cierto, quisiera reseñar el dato de que, tras ser elegido presidente de las Cortes, en su discurso del 27 de julio, Julián Besteiro hizo un llamamiento a cómo se debían tratar ciertos temas en la Cámara y señalaba que a ella acudirían con sus reivindicaciones «los representantes de regiones o nacionalidades españolas», por tanto lo recogido en el art. 2 de la Constitución de 1978 viene de lejos. El 28 de julio intervino el presidente del Gobierno provisional, Niceto Alcalá-Zamora, para exponer las reformas adoptadas por el ejecutivo desde el mes de abril y con posterioridad se produjo un debate a lo largo de otras dos sesiones con variadas intervenciones, y en ellas Cataluña estuvo muy presente. No es mi objetivo (sería imposible) reproducir aquí el contenido de los discursos, solo me interesa citar una frase de Miguel Maura, ministro de Gobernación, que al tratar de las posibles consecuencias graves que podían tener ciertas actitudes políticas entre los catalanes, afirmó con una de esas frases tajantes que solía utilizar: «Y cuando un pueblo quiere suicidarse, nadie tiene derecho a impedir que se suicide; pero que se suicide solo». (El Diario de Sesiones recoge que entonces se oyó la voz de Unamuno para recordar que no existía el derecho al suicidio).

Y si nos trasladamos al momento actual, parece que un sector de la sociedad catalana va camino del suicidio (en sentido metafórico), no parece importarles la marcha de empresas de su comunidad ni la fractura social generada. Pero el problema reside en que no es posible lo que Maura pedía, es decir, no se pueden suicidar solos, arrastran al conjunto de los catalanes y también al resto de los españoles. En esa deriva alejada de la realidad hay que situar las posiciones defensoras de que el ilustre fugado, que no exiliado, de Bruselas sea elegido como presidente una vez que se haya constituido hoy el Parlamento autonómico. Si al final se cometiera ese atentado contra la ley, recuerde Puigdemont la frase de Marx al final de su libro antes citado: «Pero si por último el manto imperial cae sobre los hombros de Luis Bonaparte, la estatua de bronce de Napoleón se vendrá a tierra desde lo alto de la columna de Vendôme». Y en efecto, al estallar la Comuna de París en 1871, eso fue lo que ocurrió.

* Historiador