Era el 25 de abril de 1974 y miramos hacia Portugal con asombro (y con un poco de envidia). Allí el ejército ponía fin a la dictadura impuesta en los años 30 por Antonio de Oliveira Salazar, prolongada desde 1968 por Marcelo Caetano. Fue la denominada ‘revolución de los claveles’, pronto se difundieron las fotografías con los soldados fusil en mano y esa flor en sus cañones, como también se convirtió en un símbolo aquella canción, hasta entonces desconocida para nosotros: Grândola, Vila Morena. Un año después Portugal celebró elecciones a una Asamblea Constituyente, mientras tanto en España continuaba la dictadura. Por aquellas fechas yo era estudiante en la Universidad de Sevilla, y en el primer aniversario de la revolución portuguesa estaba previsto celebrar diversos actos en nuestra Facultad, sin embargo la presencia policial alcanzó ese día unas proporciones no vistas hasta ese momento. Además de una asamblea de estudiantes, se celebraba una de PNN en la Facultad de Derecho, lo cual «justificó una espectacular intervención policial, cuyas unidades se encontraban pertrechadas con todo el equipamiento antidisturbios, algo inaudito en la historia de la Hispalense», como recoge Alberto Carrillo-Linares en su libro Subversivos y malditos en la Universidad de Sevilla (1965-1977), algo que coincide con mi recuerdo personal. Fueron detenidos dos profesores, Clara Thomas e Isidoro Moreno, de ambos había sido alumno, de Árabe y de Antropología, respectivamente.

Junto a Portugal, Grecia también inició un proceso democrático, y al igual España, una vez superada la etapa continuista de Arias Navarro. Transcurridas más de cuatro décadas de aquellos acontecimientos, no podía imaginar que desde España tendríamos que mirar de nuevo hacia Portugal para que nos sirviera de ejemplo. En este caso por el comportamiento de la oposición ante el gobierno. En sede parlamentaria, Rui Rio le dijo al presidente António Costa: «Señor primer ministro, cuente con la colaboración del PSD. Todo lo que nosotros podamos, ayudaremos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte. Porque su suerte es nuestra suerte». Y luego, ya ante su militancia, además de señalar que esa posición no representaba ausencia de discrepancia, expresó: «No es patriótico en estos momentos criticar al gobierno». No pido que el PP llegue a ese extremo, pero sí al menos que se comporte de una manera más leal. Ya lo vimos en el último debate parlamentario, donde de nuevo Pablo Casado no salió del discurso de reivindicación de las víctimas, incluso recurrió a la cita unamuniana del «me duele España» para iniciar su intervención. No olvidó, sin citarla, alusiones a la memoria histórica, cuando le dijo a Sánchez que se olvidaba de los fallecidos cuando había tenido «tanta entereza para hablar de otros muertos», y aún estamos a la espera de que rectifique los datos que ofreció de un «instituto prestigioso» australiano, pues luego hemos sabido que dicho organismo no había analizado el caso de España, más allá de unas noticias de prensa, y al parecer sí es australiano e instituto, pero no es muy seguro lo del prestigio. La guinda la pondría días después con la fotografía ante un espejo con cara compungida, y con nuevas referencias a las víctimas. Como no parece posible que la foto sea improvisada, todo suena a un nuevo gesto teatral del dirigente popular.

Esto no quiere decir que no pueda haber críticas al gobierno, es más, debe haberlas, como corresponde a un sistema democrático. Pero hace falta arrimar el hombro, además de otro tipo de crítica, algo que parece imposible por parte de quien va de la mano de quien nos mintió con las armas de destrucción masiva en Irak, lo volvió a hacer el 11M y ahora ha conseguido que sus escuderos de la FAES hayan desembarcado en diferentes niveles del PP.

* Historiador