Es imparable el hecho de que todo cambie y que tarde o temprano se acabe expandiendo. Expresiones, modas, tendencias alimentarias, looks..., y hasta en el modo de negociar. Hasta no hace mucho, en cualquier trato, las partes mantenían una postura que se podría definir como de cierta franqueza. No cabe duda de que, como es de recibo, cada uno barrería para dentro pero, a pesar de todo, no se abusaba de ocultación de intenciones, falsedad, o posición privilegiada. Hacerlo no era correcto aunque no alcanzase a ser delito. De un tiempo a esta parte algo va cambiando. Las empresas de telefonía nos han enseñado que la mejor manera de conseguir mejoras en las condiciones del servicio que nos proveen, es tramitar la portabilidad de nuestra línea a otra compañía con el único objeto de apurar hasta el último momento para proceder a anularla y retornar de inmediato, una vez que la primera nos oferte (siempre lo acaban haciendo) más y mejor que lo que de buena fe les habíamos solicitado y nos negaban por encima de nuestras amenazas de causar baja como clientes. A ver, todo esto se podría hacer de primeras y a las claras, aparte de que no creo que estos modos le gusten a nadie, pero es inútil, parece que ahora funciona así este asunto. Pues volviendo a lo que decía sobre que todo se expande, comentaba el otro día con unos amigos los temas de actualidad y nos daba la impresión de que este precipitado pacto alcanzado entre Sánchez e Iglesias iba de lo mismo. Que Sánchez debe de haber mejorado frecuentemente las condiciones con su operadora de telefonía y de ahí ha descubierto una magnífica vía de negociación aplicable a la política. Puede que mis amigos y yo estemos equivocados y no sea así, pero Sánchez sabe, como lo sabe todo el mundo, que dada la situación postelectoral el mejor Gobierno para representar a la mayoría de los españoles, darle equilibrio, tener expectativas de duración, y obtener un beneplácito suficiente con el que lograr capacidad para sacar adelante sus propuestas en el Congreso de los Diputados, sería una coalición/cooperación de los dos partidos mayoritarios PSOE y PP. También sabe que, de entrada y a las claras, siquiera proponerlo es de todo punto inviable.

Ese postureo partidista que se espera por igual tanto de unos como de otros lo impide. ¿Cómo romper la situación? Pues nada mejor que seguir el ejemplo de las telefónicas. De momento Sánchez ya ha firmado su portabilidad con Unidas Podemos, ahora solo tiene que esperar la llamada del Partido Popular mejorando sus condiciones. Puede incluso que la escenificación la tenga que llevar hasta el punto de una sesión de investidura fallida. Necesita darle visos de realidad, llegar hasta el final, porque en cualquier trato siempre hay que permitir una salida airosa para ambas partes. Mostrar que nadie dio su brazo a torcer, que el acuerdo fue impuesto por las circunstancias. No resulta muy creíble este pacto entre Sánchez e Iglesias rubricado con abrazos (de Judas). Demasiado rápido para algo tan trascendente. Demasiado pregonado para ser una cuestión tan seria. Demasiado fluido en la concesión de pilares tan importantes para la nación como es una vicepresidencia y tres ministerios. Como digo, demasiado parecido en las formas a ese contrato de portabilidad que solo pretende mostrar las orejas al lobo. De hecho parece que la «operación portabilidad» del abrazo ya surte efecto y van asomando las contraofertas. Un prohombre de talla en el PP como es Alberto Núñez Feijóo empieza por proponer un pacto de Estado con Sánchez. A esta propuesta se le unirán más voces dentro del partido y, al final, que si por respeto a la opinión de sus militantes, que si por reflejar la voluntad de las urnas, que si por el bien de España..., Casado le hará la oferta definitiva a Sánchez y, por los mismos motivos, este la aceptará y asistiremos a un nuevo abrazo, ese al que ambos aspiraban desde el primer momento. Ya veremos.

* Antropólogo