El que la mayoría de los jóvenes no lleven mascarilla se puede resumir de forma muy sintética en tres palabras: rebeldía, confusión y desinformación. Respecto a lo primero, por su evidencia, hay poco que decir y no es este el momento de analizarlo. Solo comentar que al contrario que los mayores y niños, sus expectativas vitales no están limitadas, por lo que el confinamiento ha supuesto quizás más que a nadie una barrera infranqueable y frustrante que ha hecho que se vean limitadas esas expectativas tanto a nivel profesional, laboral, de relaciones sociales y distanciamiento físico. Quizás por ello han llevado peor el confinamiento y al abrirse la espita se ha hecho de manera explosiva, como si de verdad se hubiera estallado la permisividad. Lo cual explica, justifique o no, la situación.

En relación a la confusión los datos que empezaron a darse al comienzo de la epidemia y bien entrada la misma (de hecho el asunto de las mascarillas ha ido una medida implementada cuando ya el pico epidémico estaba muy sobrepasado y se estaba en periodo de eliminación del contagio) eran que, según la OMS, las mascarillas no servían para evitar el contagio sino que, como además llevaba años diciendo, aumentaba el riesgo al manipularlas, encajarlas en la cara y llevar las gotas microscópicas infectadas desde las manos a las mucosas respiratorias altas e incluso la ocular. El problema es que no había estudios rigurosos sobre la capacidad de prevención de la enfermedad con mascarillas aunque habían sido utilizadas profusamente en China desde el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS) e incluso desde los episodios de gripe aviar en Hong-Kong y China en los años noventa. Lo que sí hay son porcentajes sobre la capacidad de filtrado de las distintas mascarillas,

Pero aquellas afirmaciones dudosas sobre su eficacia de la OMS, iban en contra de todo sentido común. Sólo por el efecto barrera se debería suponer que algo protegen, incluso más que si las manos al manipular estuvieran contaminadas, cuando se está en contacto con una persona infectada. Pero de pronto impera ese sentido común y las experiencias china y coreana le hace ver a la OMS que en realidad sí es una medida preventiva.

Respecto a la desinformación, un estudio realizado en el Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona --estudio en el que por cierto ha estado trabajando un pediatra cordobés--, muestra en sus resultados preliminares que un 17,5% de los niños que han convivido con un padre o madre enfermo de COVID-19 también han contraído el virus, según el propio hospital. Ese porcentaje es muy similar en los adultos (18,9%). Es decir, como conclusión se puede decir que los niños se infectan igual que los adultos cuando se exponen a la infección. La diferencia estriba en que presentan la enfermedad de manera leve, subclínica o asintomática con mucha más frecuencia, en el 99% de los contagios. Otro estudio realizándose ahora tiene como objetivo mostrar si la capacidad de transmisibilidad es similar, aunque por los datos y teniendo en cuenta cómo se muestra en niños, leve o asintomática, pueden exponer más a los contactos estrechos.

Por último, habría que decir algo sobre las actitudes sociales. No cabe duda que la disminución de casos, debido a la efectividad de la medida drástica del confinamiento, y la finalización del estado de alarma ha supuesto una relajación sobre todo en la medida del distanciamiento social, especialmente en la hostelería (bares y restaurantes), algo que por cierto no ocurre sólo en los jóvenes, es generalizado. Parece, por tanto, imprescindible hasta que no haya una vacuna efectiva, segura y disponible, lo cual a corto plazo no es posible, que habrá que seguir guardando las medidas de prevención de higiene, uso de mascarilla y distanciamiento social. Y la obligatoriedad de las mascarillas a partir de ahora esperemos que cambien esas actitudes.

* Médico, epidemiólogo y poeta