En un mundo en constante movimiento, el que se queda en el mismo lugar retrocede, decía Lewis Carroll en uno de sus clásicos cuentos, pero ¿a dónde queremos ir, a quién queremos seguir, podemos pisar en falso?

Con esta reflexión aterrizamos en un concepto que se ha trabajado hace unos días en el Encuentro de Expertos sobre Comunicación en el Sur: el protocolo. Un conjunto de técnicas con las que se puede demostrar la repercusión que produce la falta de forma sobre el fondo, en un tema de gran alcance, sea institucional, empresarial, etc...

El protocolo nos puede parecer un concepto del pasado, lo unimos a estereotipos desfasados e inexistentes pero si lo utilizamos como herramienta de comunicación, es un concepto de moda y de futuro, o ¿es que cuándo deseamos dar protagonismo a alguien o a algo, no aplicamos la norma del número 1 y las técnicas para expresar la centralidad del acto? De esta forma expresamos plásticamente quién o qué tiene el poder y así lo comunicamos.

Ocurre que cuando aplicamos las técnicas del protocolo y designamos como número 1 a quien no corresponde, hacemos formalmente líder a quién no lo es auténticamente, lo comunicamos y ejemplificamos, ponemos en él, el referente de la excelencia. Explicaba el profesor Ortega y Gasset en su obra El espectador, reflexionando sobre el liderazgo, que consistía en «la excelencia, la superioridad de cierto individuo que produce en otros automáticamente, una atracción, un impulso de adhesión, de secuacidad».

Podríamos poner como ejemplo de líder en el mundo el caso de China, un país que en solo 10 días ha hecho una obra heróica de diseño e ingeniería, con la construcción de un hospital en el epicentro de la epidemia. La cultura China es un referente para Occidente, con ese marcado carácter de misterio, sabiduría y trascendencia.

Pero frente a una autentica ejemplaridad, hay una ejemplaridad ficticia e inútil.

Cada día es necesario estar atentos a la diferencia. El líder, el hombre ejemplar, no se propone nunca serlo, vive en valores, se entrega a lo que hace, se apasiona por lo que vive y en esa entrega habitual busca la perfección que le lleva a la excelencia. De todo ello se deriva automáticamente una autoridad moral. El ficticio, en cambio, se propone directamente ser ejemplar, sin entrega a ningún oficio, ningún ideal, más que la ambición del efecto social de la perfección. Busca ser norma y modelo.

Si a esta técnica añadimos la circunstancia de que vivimos en una sociedad global, todas las opiniones se comparten, los términos absolutos han desaparecido, el protagonismo se ansía, la discreción carece de valor, las publicaciones se hacen vírales... Es fácil percibir un concepto equivocado de líder y difícil, por contra, interiorizar el concepto de verdad, ejercer con libertad un espíritu crítico y establecer diferencias entre el sí y el no.

Comuniquemos, ejemplifiquemos, pongámonos en movimiento y avancemos pero utilicemos las formas para diferenciar lo que sí de lo que no y, sin banalizar los valores que representan esas formas, aprendamos a mayor velocidad de la que corre el mundo.

* Licenciada en Derecho. Docente