Pocos símbolos se han ubicado con tanta facilidad en el centro de nuestras guerritas culturales como el tapabocas. Abundan ciudadanos y líderes que las desdeñan, debaten su utilidad y rechazan que un pedazo de tela afecte su individualidad. Las máscaras que más me gustan son simples bandanas que la gente usa como si fueran salteadores de diligencias. Tienen mariquitas impresas, flores, monos, los dientes de un perro.

En el pasado, alguien con mascarilla estaba enfermo, daba miedo, sin embargo la pandemia incorporó las máscaras a la sociedad. La mascarilla se convirtió en una herramienta de salud pública, solidaridad y cooperación, hay pocas cosas más transparentes que una máscara. La mascarilla define dónde nos situamos como individuos: acepto este pequeño sacrificio personal porque cuidándome también cuido o rechazo que el gobierno se extralimite violando mi libertad de vivir como quiero, y luego hospitales en problemas, países cerrados, economías paralizadas, muertos. Hay otras medidas para evitar la covid-19, respetar confinamientos, mantener la distancia social, lavarse las manos a menudo, pero no hay discusión sobre el valor de las mascarillas: la máscara contribuye a evitar contagios y hay naciones, como España, que obligan al uso público de ellas. Los «anti» alientan falsas dicotomías entre libertad personal y colectivismo estatal . Claro, no es nuevo que un trozo de fieltro se haya convertido en un rehén político. Aunque los antimáscaras son minoría, tienen un amplificador del egoísmo en muy notorios dirigentes. Y, es curioso, esos hombres son dirigentes de los países con más muertos por la covid-19: Estados Unidos, Brasil, México y el Reino Unido.

Trump, López Obrador, Bolsonaro, Johnson, entre otros, son líderes que van a contracorriente, son personalistas : la realidad debe ajustarse a su deseo, y su deseo a menudo dista de ser razonable. En Estados Unidos, el tapabocas está politizado (es tan absurdo como suena) y el canon de la irracionalidad ha ganado creyentes palabreros, incluso en países donde la ciencia triunfó sobre el sinsentido político como Alemania. Miles de activistas antivacuna y antitapabocas se han manifestado en diversos países, aunque estén equivocados. Quizás haya que temer más a otros tapabocas como son los decretos contra la desinformación con su ministerio de la verdad al frente, con lo que intentan amordazar la libre interpretación de hechos u opiniones que me perjudiquen, porque, como los «anti» a la inversa, ellos son la verdad, lo que puede acarrear dolores de cabeza, incomunicación, persecución, pensamiento único. Esperemos que no sea así y que la distopía de Orwell, 1984 y la neolengua, alienados en el rebaño del que no se puede salir pues el Gran hermano nos vigila y conduce, por nuestro bien. Por tanto no cerremos el diálogo, pero tápese la boca, por la boca muere el pez.

* Licenciado en Ciencias Religiosas