Hace un tiempo decidí que no votaría por ningún candidato que no considerara digno de hacer de canguro de mis hijos. La primera pregunta que me hacía después de haber escuchado a un político era: «¿Le dejaría a cargo de mis hijos?». La respuesta solía ser que no, no hubiese querido que una de esas personas les hiciese la cena a mis hijos, les contará un cuento y les pusiese a dormir.

Llevo las tres últimas elecciones sin votar. No fue una decisión fácil, en mi casa la política era un tema importante, mi padre se tuvo que exiliar a Venezuela por culpa de Franco y mi madre era una de esas personas que tenían permanentemente champán en la nevera a la espera de la muerte del dictador. Mis padres sabían (y nos transmitieron) que votar no era solo una evidencia y un derecho, era un deber.

Hace un par de días aparece Arrimadas para explicar la oferta de Ciudadanos, lo que diría cualquier persona decente es: «Presentamos esta nueva propuesta para desbloquear la situación. Esperamos que les convenza y que sirva para algo». Lo que dice Arrimadas es algo así: «En una situación normal con un presidente en funciones normal (dando a entender que Pedro Sánchez es un irresponsable además de un mentiroso) no tendríamos que exigir estas tres medidas, pero como Pedro Sánchez es como es, pues se tienen que especificar». ¿En serio es necesario referirse a las demás personas con tanto desprecio y mala leche?

Un poco más tarde la señora Ana Oramas dice que Albert Rivera es un adolescente. Este responde que a él no se le ocurriría nunca llamarla vieja y entonces ella se muestra agraviada porque la ha llamado vieja y hace un alegato en favor de la tercera edad. No, señora Oramas, no la ha llamado vieja, precisamente ha dicho que nunca la llamaría vieja, pero él, como usted, no dudaría ni un segundo en tergiversar sus palabras y en mentir.

Para mi madre, lo peor que podía ser una persona era «intelectualmente deshonesta»: todos lo son, todos hacen trampas y mienten.

Si los políticos actuales no son dignos de hacerles una tortilla francesa con un poco de pan con tomate a mis hijos, tampoco son dignos de dirigir un país. Y no lo son.

* Escritora