Mientras que los electos buscan sus asientos en ayuntamientos y autonomías y se aplica la vaselina, mucha vaselina (metafórica) para la investidura a la presidencia del Gobierno, ha llegado el verano, que se anuncia tórrido tras una primavera de pobres índices pluviales. La rutina y el estrés, el calor y la contaminación de las ciudades nos asfixian y buscamos un lugar a la sombra y, si se puede, en la playa donde extender la toalla, colocar la sombrilla y aplicarnos crema, mucha crema protectora de los cada vez más mortales rayos solares. De toda tragedia se pueden sacar beneficios. Gandhi dijo que la nuestra no es una civilización verdadera porque, en vez de satisfacer las necesidades, la crea; y Galbraith afirma que allí donde surge una necesidad el capital se apresta a satisfacerla. Pues muy bien. En la orillita de la playa el aire contiene menos dióxido de carbono y hay cervecita fresca y gambas a la plancha. Solo habría que elegir, si se puede, una playa que no esté masificada de turistas y nativos, ni contaminada a ojos vista, porque todo este éxodo sobrepasa la capacidad de las depuradoras municipales y a veces el excremento sólido flota con apariencia de corcho. Algo desagradable, ¡puaf!, que puede dañar al turismo…

Pero dicen que solo este año los océanos absorberán 2.500 millones de toneladas de CO2 de la atmósfera, más del que sale del agua, con lo que ésta se hace más ácida, produciéndose lo que se ha denominado el «diablo gemelo» del calentamiento global. Las consecuencias de esta acidificación del agua para todo el ecosistema marino son incuestionables. Por ejemplo, la muerte de los corales en los arrecifes tropicales, que son como selvas submarinas en un Sahara marino, harán que miles de especies desaparezcan. Mala pata: todos los días desaparecen especies por doquier. ¿Sabía que una bolsa de plástico permanece sin degradase en el mar 50 años y 500 una botella, compuestas ambas a partir de derivados químicos del petróleo? ¿Sabía que el basurero en que hemos convertido los océanos y mares en algunos sitios ocupa una superficie superior a Francia? ¿Sabía que, cuando el plástico se degrada, se convierte en micro-plásticos que van a la cadena alimenticia y llega a nuestra mesa? ¿Sabía que un crucero, de esos que pueden alojar a toda la población de mi pueblo, contamina el equivalente a 5 millones de vehículos? ¿Acaba de recibir la noticia de que en Groenlandia, la segunda isla más grande del mundo después de Australia, de 2 millones y medio de kilómetros cuadrados (cinco veces España), estos días anda por los 17,3º C, cuando lo normal sería 3,2º C y en cuestión de días se ha derretido una enorme superficie de hielo? ¿Sabe que la destrucción de la masa de hielo total de esa isla haría subir los océanos 7 metros y adiós playas, chiringuitos, especulación urbanística y civilización? Claro que lo sabe. Está informado. Tiene sentidos y pulmones. No es tonto. ¿Pero qué puede hacer usted, pobre ciudadano, que se asfixia en las ciudades? Poner el aire acondicionado, si lo tiene, claro, y acoquinar la factura de la luz, si puede (de todas las tragedias se sacan beneficios). ¿Qué puede hacer nuestro presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, quien ha reaccionado ante la noticia de Groenlandia y declarado: «Gobiernos y sociedad debemos trabajar unidos para frenar las consecuencias de la crisis climática. Lograrlo está en nuestra mano. No podemos dar ni un paso atrás». Pues muy requetebién. Que se lo diga a los que sacan los beneficios. Tendrá que usar bastante vaselina para conciliar sus intereses con el interés general de la humanidad.

* Comentarista político