Naturalmente, no se aspira ni se pretende por el autor de esta serie de artículos que ahora llega a su fin, un monroísmo historiográfico del lado de los actuales diputados de las Cortes, ni tampoco, por supuesto, la conversión de las dos Cámaras del Parlamento en un cenáculo de estudiosos de una cultura humanística superior. Por lo demás, lo que no existe en la sociedad española no puede tener vigencia en las asambleas legislativas de Congreso y Senado. La degradación de las enseñanzas de Letras en nuestra Alma Mater ha sido de tal magnitud desde el cruce de una a otra centuria que mal podían superarla los muchos diputados de ambos sexos que cursaron sus carreras de Humanidades en los cuatro últimos decenios.

Lo único, pues, exigible a nuestros representantes parlamentarios de hodierno es la posesión de una discreta cultura general, muy singularmente en materia de historia. De otra manera, ciertamente, el conocimiento de la mayor parte de las materias sobre las que versarán sus discusiones, trabajos y ¡votaciones! estará amputado de sus extremos esenciales. Sin una mínima familiaridad con la Gran Bretaña del ciclo laborista de 1945-51, con todo lo concerniente al Welfare State, de obligado tránsito y recalada para un diputado español del 2019, le estará vedada cualquier intervención de cierto relieve en las comisiones y en los plenos que traten de las tentaculares e hipostasiadas cuestiones laborales en una España --en un mundo...-- en dramática invasión del horrible fantasma del desempleo. Igualmente, sin un mediano saber acerca de Keynes y su traída y llevada teoría de resolver los más agobiantes problemas de la depresión económica y sus incontables ramificaciones a través del aumento del gasto público, le será de todo punto indispensable a nuestro imaginado parlamentario de la próxima e inminente Legislatura no solo atesorar una opinión propia y un juicio solvente sobre las turbulencias de las bolsas y mercados de este otoño del año en gracia de 2019, sino incorporar al acervo de la cultura parlamentaria española hodierna --en verdad, nada roborante-- sugerencias y visiones dignas de consideración para los diputados y senadores afanados en alcanzar un horizonte económico esperanzador para las jóvenes generaciones, por entero descorazonadas con la andadura de su país en cuestiones materialmente vitales.

En las concernientes a otras facetas del tiempo que protagonizamos los actuales españoles, cabe decir lo mismo y aplicar idéntica receta de una profundización siquiera regular en asuntos como el duelo a primera sangre de Washington y Pekín; la inquietante situación de Iberoamérica, o la deriva enigmática pero hasta ahora refrendada en las urnas de la Rusia de Vladimir Putin. Et caetera, et caetera... En efecto, la agenda de temas necesarios de una aproximación historiográfica de nivel cuando menos medio resultaría casi interminable. Contentémonos con recordar los innúmeros beneficios que siempre se derivarán para políticos y no políticos del estudio de la historia. Si ello se olvida, el malestar se apoderará de nuestra sociedad, y su faro y salvaguarda, el Parlamento, rondarán la catástrofe.

* Catedrático