La ley, las sentencias de los tribunales o las órdenes ejecutivas son algo que a Donald Trump le trae sin cuidado. Ni siquiera si las firma él y menos aún si afectan a niños. Hace unas semanas se desató en EEUU la indignación por la política de separación familiar que mantenía a hijos de inmigrantes que habían entrado en el país de forma ilegal por la frontera mexicana, encerrados en jaulas y sometidos a unas condiciones más propias de un país incivilizado que las de una democracia supuestamente avanzada. Ante las numerosas críticas y con la vista puesta en las elecciones legislativas de noviembre, dado que aquella mano durísima empezaba a tener efectos negativos para el Partido Republicano en los sondeos, Trump hizo el gesto de aflojar aquella presión mediante la firma de una orden ejecutiva que suspendía la política de separación familiar. Y sí, solo fue un gesto, porque destensar aquella situación y mostrar algo de humanidad exigía poner medios para sacar a los niños de aquella pesadilla y reunirlos con sus padres. Y esto no ha ocurrido. La falta de información, el desconcierto y la opacidad reinan en una situación que atenta contra los derechos humanos en general y de los niños en particular, que saldrán de esta terrible experiencia con más de un trauma. Castigar a los padres a través de sus hijos y usarlos como rehenes en condiciones inhumanas demuestra la bajeza moral de la actual Administración estadounidense.