Hace muchos años se comentaba que en la Ciudad Universitaria del Madrid tardofranquista una pareja de policías nacionales, los grises por entonces, vio a un sujeto correr. El de menor rango le preguntó a su superior y este le dijo: «tu dale un par de h... por si acaso». El sujeto en cuestión era un diplomático centroeuropeo que había salido a correr en una nublada mañana de otoño entre los vetustos edificios de ladrillo visto de las Facultades de Medicina, Farmacia y demás sin imaginar que corría ningún peligro. En la España de Franco si alguien corría, lo hacía por algo y podía ser considerado un sospechoso.

Recuerdo haberme reído mucho con esa anécdota sin imaginar que cuarenta años más tarde la humillación sufrida por el diplomático centroeuropeo podría ser la mía propia.

El pasado 17 de febrero, en el Hospital Reina Sofía a las 3 de la tarde, tras un incidente menor el jefe de servicio de rayos llamó a Seguridad privada y esta, a instancias mías a la Policía Nacional. A diferencia de la exquisita educación de los Guardias Civiles de Tráfico que saludan con la amabilidad exigible del que está al servicio del ciudadano, llegaron tres jóvenes policías nacionales. Uno de ellos me asió por el brazo y le dije que me soltara a lo que respondió apretando con violencia, tratando de intimidarme y provocarme a la vez («tú no sabes lo que es la violencia...»)

Los policías los nacionales, llegaron a Radiología con un aura de agentes de élite, y, en mi único encuentro con ellos, me pidieron de malos modos que me identificara pero ellos no lo hicieron («ya leerá mi número de placa en la denuncia»). Toda su estrategia era provocarme para detenerme y no entendían que mi actitud fuera tan chulesca o más que la suya. Me insultaron zafiamente y el segundo de a bordo me agredió lanzando un golpe con la mano abierta que golpeo con extrema violencia la parte lateral derecha de mi cuello. Un policía preparado sabe que ese golpe puede ser mortal por disección vertebral pero es probable que este no lo supiera.

Previa a mi denuncia en la plaza de Juda Levi este conjunto de cuatro policías me denunció a mí entrecomillando que les he llamado «inhútiles».

Otro comportamiento, completamente distinto y digno de elogio, lo tuvieron el policía que me tomó la declaración de mi denuncia en Juda Levi, y Fernando Arellano, secretario general de la Policía que conserva su planta de cuando, siendo adolescentes, compartíamos la amistad del ínclito Juanjo Morales Ballester.

Después de cuarenta años, el incidente de la Ciudad Universitaria de Madrid se repite en Córdoba y no pasa nada. Vivir en el «país de nunca jamás (pasa nada)» tiene alguna ventaja para aquellos a los que les pilla en la parte alta de la tabla pero es insoportable para los que luchan por los puestos de descenso.

¿Y ahora qué hacemos? ¿Es aceptable que un ciudadano sea golpeado por la policía y que no pase nada?

No lo es en absoluto.

* Médico