Polémicas como la que desde hace unos años tiene como eje el uso y gestión de la Mezquita--Catedral y del casco histórico... Las quiero todos los días.

Y es que, ciertamente, coincido con muchos cordobeses en que somos muy dados a la autocrítica y al debate, lo que en principio no está mal, si no fuera porque enfrascándose en disputas muchas veces se ha perdido la perspectiva y, en ocasiones, grandes oportunidades. Seguro que a usted le vienen a la memoria multitud de casos: el puente de Calatrava que hubiera ido en lugar del Miraflores, aquel proyecto de gran edificio emblemático de 14 plantas del Ojo del Califa de Prasa en lugar del también magnífico Eurostars Palace (cariñosa y popularmente El Oxidado), el granito rosa que le pusieron al Puente Romano, el primer proyecto del Cordel de Écija y ahora esa otra iniciativa en curso...

Pero a lo que voy, y centrándonos en el caso de la protección de la Mezquita-Catedral y los usos del casco histórico, no es extraño que a veces, como subproducto de una polémica, surge un valor en sí mismo: el que todos de pronto nos demos cuenta de lo muchísimo que queremos aquello sobre lo que opinamos, aunque no tengamos ni idea de ello. Porque es encantador ver tanta pasión por la Mezquita-Catedral y el casco histórico. Por supuesto, están los vecinos, principales sufridores de los problemas diarios de la zona; o también cofrades, para los que ya es irrenunciable esa joya espiritual (que lo es) de la Mezquita-Catedral, a la que no siempre se le hizo tanto caso en los itinerarios procesionales; o los empresarios de la hostelería, ahora que hay establecimientos en la que fue toda la vida una olvidada Ribera...

Pero también, y más allá de los que viven en el casco histórico, la polémica hace que todos los cordobeses, aunque vivan en el más alejado punto del municipio, hayan redescubierto en cierta forma su amor por una zona y por un monumento que solo han pisado los últimos años como máximo, y el que escribe el primero, para hacer de mal guía a familiares o amigos de visita a la ciudad.

Quizá otros encendidos debates históricos pasados, como el del corregidor Luis de la Cerda para evitar que se construyera la Catedral en el corazón de la Mezquita, o el de Alhakén II sobre la orientación del monumento, también consiguieron en su tiempo ese efecto secundario que nos recuerda, como ahora tenemos presente, los dones de los que disfrutamos en Córdoba con nuestro casco y la Mezquita-Catedral.

¿No le entran a usted ganas, como a un servidor, de sacar algo de tiempo esta semana para darse una vuelta por el casco histórico y pasear por la Mezquita por puro placer personal y espiritual?

Pues a eso me refería. Polémicas aparte.