La agresividad, la ira, la provocación, la descalificación, la estridencia, el engaño, la manipulación, el frentismo, desgraciadamente se están convirtiendo en los calificativos habituales de la mala política, que creo es muy minoritaria aunque goce de amplio escenario y tremenda repercusión, porque opera en los grandes centros de poder y responsabilidad, frente a todos esos miles de concejales de los municipios que están codo a codo tratando de gestionar lo mejor que pueden los problemas de sus vecinos, que nada tienen que ver con aquéllos estilos.

Se está perdiendo desde hace años la ética pública en los fines y en los medios. Etica que no sólo está en buscar el interés general como objetivo a conseguir frente a la codicia y el aprovechamiento particular que algunos anteponen. También se pierde porque el poder por sí mismo trata de extenderse y ocupar todas las instancias, aunque con ello degenere al propio sistema que requiere de contrapesos para no convertirse en una tiranía ni en una partitocracia endogámica. También se está perdiendo porque la desvergüenza ya no tiene límites, los códigos éticos apenas sirven para nada, ha desaparecido el concepto de ejemplaridad que debiera regir en los representantes públicos. Frente a lo que ocurriría en muchos países de nuestro entorno, aquí sigues en el Congreso dando lecciones y no tiene ninguna consecuencia que te sancionen por tener en tu domicilio a un trabajador sin alta ni derechos, ni por obtener títulos sin cursar los créditos universitarios exigibles, ni por copiar una tesis doctoral, ni por repartir sobresueldos que no se declaran por el partido, ni por contratar a dedo a familiares sin méritos con el dinero de todos. Todo vale, y todos lo consienten. De ahí, a la mentira descarada, a la manipulación constante, y al insulto bochornoso no hay distancia alguna. ¿Cómo van a existir consensos en ese ambiente podrido y contaminado?. No hay liderazgo, ni político ni ético. Se ha perdido el pudor en parte de nuestra clase política ante el hartazgo de los ciudadanos, lo que está beneficiando a los populismos sin escrúpulos que aparecen como salvadores, engañando de nuevo a las masas. El truco es viejo, ante el descontento de la población y a río revuelto, ganancia de pescadores.

Asistimos a la condena inmisericorde y crucifixión de todos quienes piensan de forma distinta. Están polarizando de forma interesada, en base a clichés y estereotipos, a todo lo que se mueve. Los que no están conmigo, están contra mí. Eres republicano o monárquico. De derechas o de izquierdas. Explotador empresario o sindicalista avezado. Machista retrógado o feminista liberal. Patriota por la gracia de Dios, o masón antipatriota. Progre de lazo o rancio casposo. Víctima o verdugo. Taurino o antitaurino. Clerical o anticlerical. Eres de raza blanca o de esas minorías repudiadas. Rico o pobre. Las dos Españas de Machado. Y la vida no es así. Somo plurales, complejos, evolutivos, contradictorios muchas veces. Pero siempre dignos y respetables. Mira tu vecino, al trabajador que tienes de compañero, y no verás siglas ni proclamas, sino personas que madrugan, se esfuerzan y trabajan por sacar su familia adelante.

Deriva muy peligrosa, sobre todo cuando esta siembra permanente de la discordia y la exclusión, de la simplicidad y el cainismo, es regada con la crisis económica, con el desempleo, con el miedo y la incertidumbre, con la mediocridad y la búsqueda sumarísima de culpables. O surge un movimiento social, cívico, ciudadano que frene esto, o podemos comprometer seriamente no sólo nuestra economía, sino nuestras libertades y el futuro de muchas generaciones. Hay que tomar partido urgente. No lo consintamos.