El juego de cartas que más se practica en el mundo es el póker. Aunque se englobe en el mundo del azar, los que lo practican saben que no es del todo cierto, pues tanta influencia tiene la suerte como la pericia en la práctica. Así, no solo se requiere técnica y estrategia, sino también habilidades personales, entrando en juego aspectos tan básicos de la psicología como el equilibrio emocional.

Una de las cosas a tener en cuenta es que, aunque uno crea que tiene el control de todo, no es cierto. Desde el primer momento se sabe que se juega con otras personas, por lo que el valor de las cartas dependerá del de las cartas de los demás. Lo que se escapa al control del jugador se debe sustituir por empatía, que será la que ayude a intuir las cartas del adversario, a través del lenguaje no verbal, las miradas, los movimientos de las manos o los inapreciables tics musculares.

La tolerancia a la frustración es otra estrategia psicológica a aplicar, pues se debe aprender a encajar las derrotas. Muchos jugadores se ponen nerviosos cuando el juego comienza a ir mal, sin recordar que la probabilidad de ganar no está influenciada por los resultados pasados. En este punto conviene recordar que para ganar en el póker no existen las malas rachas, sino las malas jugadas. Y, por último, conviene no pasar por alto que en toda partida de póker a los 15 minutos se descubre quién es el panoli, ese que se sabe que va a perder. Y que si pasado ese cuarto de hora no se sabe muy bien quién es, tenga en cuenta que es uno mismo.

* Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)