Cuando jóvenes todos éramos --queríamos ser-- poetas porque la poesía era el lenguaje del amor. Estudiando en Madrid di un recital de mi poesía (?) en el colegio mayor donde vivía y la presunción de querer ser de toda persona me llevó a recopilar todos los versos que había escrito y colocarlos bajo la denominación de «obras completas». Pero con la poesía se sufría mucho, normalmente tenías que estar siempre en trance para escribir y decidí pasarme a la prosa, más llevadera. Luego, cuando me estaban probando para el periódico La Voz de Córdoba, el auténtico, el de papel de 1981, el encargado de la selección me catalogó como poeta --dijo que se lo habían dicho-- porque le daba al creador de poesía una connotación peyorativa para dedicarse al oficio de redactor, alguien que tenía que contar la verdad y pelearse por ese empeño. Luego vino Cosmopoética, la subida en Córdoba a los altares de la literatura de quienes además de, seguro, haber tenido inspiración y arte se habían trabajado el mundo para colocarse en ese escalón mítico de la singularidad. Y ahora llega, también a Córdoba, Constelaciones, la poesía experimental de España de 1963 a 2016 que el pasado martes se abrió, para nuestro disfrute, en el C3A, ese espacio cultural que está en la otra orilla. A la caída de la tarde, cuando quienes van a ver el Guadalquivir lo suelen hacer desde las terrazas de los bares pegadas al cielo o la tierra, se les ha dado otra oportunidad: la de pasar a la otra parte del río en la que la historia construyó un mundo hace tiempo. Es el C3A, donde Córdoba empieza a guardar su inspiración más contemporánea. Constelaciones es la poesía visual, experimental, de aquellos españoles que, quién sabe, a lo mejor se hartaron del mundo del cosmos poético y se dedicaron a ensayar con una inspiración que podía ponerlo todo al revés. Son dos motivos casi obligatorios para irnos a esa zona en donde hasta hace unos años Córdoba guardaba sus vacas: el Centro de Creación Contemporánea --C3A--, que merece una visita, y la exposición Constelaciones, esa otra lírica, la experimental, en la que, a lo mejor, volveríamos a integrarnos aquellos muchachos que cuando nos enamoramos por primera vez vimos que la poesía era el lenguaje del amor.