Pablo Iglesias se expone a soportar una tensión nítida del foco. Ni siquiera el originario Pablo Iglesias, fundador del PSOE, aguantaría el escrutinio descarnado, con su análisis milimétrico de cada palabra, declaración, desgaste y actitud, al que está sometido el líder de Podemos. Pablo Iglesias se llama Pablo Iglesias en homenaje al fundador del socialismo español, como ha contado su madre, una abogada laboralista que le hizo entender, desde pequeño, que la ideología es una respiración sobre la actualidad. Esta semana, tras el triunfo sorprendente en las elecciones europeas, se está tratando de desprestigiar a este profesor de Ciencias Políticas, contertulio televisivo, activista y líder emergente sin necesidad de artificios primaverales, porque el suyo es un liderazgo sostenido desde la formación y la claridad del mensaje. Se ha analizado su perfil hasta el detallismo patológico, para pillarle en un renuncio o en la contradicción, con un centelleo tal de la lupa lumínica que ningún personaje podría salir airoso del examen.

Los criterios de análisis purista que se han aplicado durante los últimos siete días a Podemos no se han usado con ninguna otra formación política. Se cuestiona su propuesta, tiznándola de utópica, populista y de izquierda antisistema. Se pone en tela de juicio sus vínculos ideológicos y su financiación, mientras se le acusa de personalista. Todo se puede discutir, pero el nivel de exigencia se dispara en Podemos.

Su propuesta es tan legítima como cualquier otra. Si la utopía es un demérito, para qué queremos la política, para qué necesitamos formaciones que nos ayuden a encontrar lo mejor de nosotros en la piel colectiva. Que sea populista o no ya lo veremos, pero recuerdo aquellas manifestaciones a favor de la vida, o cómo se manipuló a las víctimas del terrorismo para condenar la política de interior de Zapatero desde la oposición, para luego olvidarlas, ya en el Gobierno, como ellas mismas han denunciado, y me pregunto dónde empieza y acaba el populismo. Si Podemos tuviera vínculos ideológicos con la izquierda bolivariana --que no es, desde luego, santo de mi devoción--, está en su derecho: tanto como el Partido Popular con la iglesia católica o su tardofranquismo fundador. Puede ser que Podemos sea personalista: pero ¿no lo es el PP con Rajoy? ¿No lo fue con José María Aznar, que le designó a dedo, o el PSOE con Felipe González? De la financiación, denuncian las presuntas donaciones venezolanas a Podemos quienes miran hacia otro lado ante la judicialmente probada financiación ilegal del Partido Popular. ¿Hablamos de financiación? Pues hablemos de todos, pero no solamente de Podemos, que hasta donde sabemos no tiene, todavía, cuentas suizas.

¿Es Podemos antisistema? Según. El Gobierno del Partido Popular ha recortado la libertad de manifestación y el derecho laboral, mientras instauraba la amnistía fiscal para los grandes defraudadores, destacándose en la persecución de periodistas incómodos o interviniendo la televisión pública hasta convertirla en un medio descaradamente progubernamental --al más puro estilo bolivariano--; ha recortado disparatadamente en Educación, ha vuelto impracticable la cultura como industria con la subida del 21% de IVA, ha abolido la justicia universal y ha hecho que la común deje de ser igualitaria, con las nuevas tasas procesales y los indultos indignantes. Además, frente al mayor escándalo de corrupción de la democracia, se ha negado a dar explicaciones, institucionalizando las ruedas de prensa por plasma y sin preguntas. Con todos estos datos, ¿quién es realmente antisistema? ¿Quién desmantela el Estado de Derecho, y encima acusa a Podemos de ser antisistema? ¿Quién es inconstitucional?

Todos los que criticaban el movimiento ciudadano del 15-M, por no ser un partido, ahora intentan desprestigiar a Podemos. Y no sólo los partidos, sino también muchos analistas televisivos y los periodistas más o menos alineados que, en los últimos años, se han convertido en un apéndice más de los partidos, en lugar de ejercer ese contrapoder de una libertad civil aplicada al discurso. No sé qué ocurrirá con Podemos, pero sí que es el voto de la desesperación. El voto de quien ya no cree en ninguna de las formaciones precedentes. Pablo Iglesias ha creado su propio espacio de presencia y discurso, y está legitimado por la última ilusión, vuelta una esperanza colectiva.

* Escritor