La noticia duele con intensidad bajo la piel de nuestro tiempo: «Cáritas no da más de sí y ha vuelto a tocar techo. Lejos de descender, la pobreza sigue enquistada en Córdoba», manifestaba hace unos días el director de Cáritas en Córdoba, Salvador Ruiz, subrayando también que «la pobreza entre nosotros tiene rostro de mujer». Y es que, en su mayoría, son mujeres de entre 20 y 40 años, de nacionalidad española y sin formación, solo con estudios primarios, las que solicitan más ayuda. Una vez más, Cáritas pone el dedo en la llaga en relación a las lagunas aparentemente invisibles de nuestro Estado de Derecho, a través del informe Foessa sobre exclusión y desarrollo social en España. Porque si algo preocupa a Cáritas, tras el análisis de los datos, no son solo aquellos que se encuentran en una situación de miseria, sino precisamente ese arco de población que, de forma silenciosa, vive cada vez más al limite, porque de forma silenciosa le ahoga la hipoteca cada mes, su enfermedad ha mermado su calidad de vida o la concatenación de contratos basura ha frenado en seco su estabilidad personal. Son los rostros cada vez más habituales de una exclusión social que va más allá de superar o no la barrera de unos ingresos mínimos. Hombres y mujeres que tienen la supervivencia como única meta cotidiana en un sistema que auspicia el precariado como modelo vital, una sociedad que está rompiendo sus vínculos y perdiendo la compasión hacia quienes sufren exclusión social, que ya son 8,5 millones. Es el preocupante panorama que dibuja el VIII Informe Foessa, promovido por Cáritas, que advierte de la deriva que conlleva la desconfianza en el sistema político actual. Frente a este panorama, Cáritas apuesta por una «pedagogía de la fraternidad», una construcción social «de abajo a arriba» para «revertir la senda de desconfianza y aislamiento» y caminar «desde una sociedad desvinculada», a través de un diálogo sin exclusiones, hacia una «Sociedad Revinculada», que establezca en su horizonte a la persona.

* Sacerdote y periodista