A mis alumnas y alumnos de segundo de bachillerato siempre les digo, haciendo mías las condiciones de admisión que Platón imponía para ingresar en la Academia, claro está con algunos retoques, que no accedan al interior del aula durante mi hora de clase si no saben, si no son conscientes de lo que ocurre en la Realidad. La Realidad es lo que tienen a su alrededor justo antes de acceder a los cuatros muros que delimitan ese espacio, demasiado protector algunas veces, que llamamos la clase y que les produce una especie de ceguera cavernaria (ahora que estamos con Platón) con la que es imposible que yo pueda desarrollar mi trabajo, comunicar lo que con cierta urgencia les tengo que decir.

Hace unos días la pregunta era, naturalmente, inevitable. Si la pobreza se ha instalado en nuestra ciudad de forma crónica (para una mayor información sobre los datos que avalan esta terrible noticia pueden acudir a las crónicas de Araceli Arjona en este mismo diario), ¿qué vas a hacer? Eres joven, tienes toda la vida por delante, tienes una mente fresca, tus ideas son las que van a mover el mundo dentro de unos años, dentro de esos mismos años estarás posiblemente entre aquellos privilegiados que gobiernen mi ciudad, mi comunidad, mi Estado; aún no estás esclavizado por el ansia desmesurada de ganar dinero, aún no estás apresado por las garras de la corrupción, ¿qué vas a hacer para solucionar este problema? Antes de ofrecer algunas de las respuestas, quiero aclarar un par de datos. El primero es el reconocimiento de que la mayor parte de mi alumnado no sabe, porque no lo ha experimentado, lo que significa vivir en la pobreza, en riesgo de exclusión. Sus familias viven en cierta medida acomodadas o, si acaso han sufrido la crisis económica, no comunican a sus hijos este problema (yo también les digo que pregunten en casa, tienen diecisiete años y pueden corresponsabilizarse ante determinadas situaciones o problemas). El segundo dato es que mis hijos han pasado una buena parte de su formación académica en uno de los cuatro barrios cordobeses que se señalan como parte de los quince más pobres de España, concretamente en el que ocupa el quinto lugar. Por eso entiendo que lo que poseen, que no sea cubrir necesidades básicas, se lo procuran ellos mismos a través de su propia capacidad de ahorro, lo que, dicho sea de paso pero con la importancia debida, agradezco al profesorado que han tenido durante estos primeros años de su formación.

Vuelvo con la pregunta, ¿qué vas a hacer? Los primeros instantes son de un silencio de esos que ya he denominado alguna vez como tenso. Nadie abre la boca, nadie se atreve a ofrecer una respuesta. Pero siempre hay alguien que rompe ese bloque de hielo, aunque sea para decir «no sé» o para afirmar con rotunda impotencia «nada, porque no podemos hacer nada». Pero lo que de verdad me sorprendió fue una respuesta que, no por inesperada, fue igual de honesta y sincera que las dos anteriores. La respuesta fue «huir», «marcharme de aquí lo antes posible, en cuanto pueda». Además de sincera, tildé a esta respuesta de lamentable, penosa, triste. Pero, después de un momento de confusión, comprendí que quien se encuentra atrapado en un túnel solo busca desesperadamente la salida, la salvación de sí mismo. Ni busca sobrevivir en esa situación, en ese contexto, para siempre y por fortuna, ni busca tampoco, salvar a quien tiene a su lado, ayudar a otros a salir, por desgracia. Mucho tiene que ver en esto el estremecedor éxodo de nuestros jóvenes a otras capitales con mayor capacidad de desarrollo que la nuestra, ciudades españolas y europeas capaces de generar en ellos expectativas de futuro. Hay una tarea prioritaria por hacer y es urgente.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea