He tenido la suerte de leer casi todos los poemas, editados, de Pablo García Baena, y copiando a Cervantes he de decir que su poesía es «como doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa».

Pablo, prudente, nunca quiso que «fuese manoseada ni traída por la calles ni publicada por las esquinas de las plazas». Su poesía se transforma en oro purísimo cuando es leída con el alma en voz alta. Hay una mezcla de naturaleza y arte en sus libros a quien muchos premios honran, adornan y engrandecen «como las mitras a obispos o como a peritos jurisconsultos las garnachas».

No le revistieron con garnachas en Córdoba ni en Salamanca pero le impusieron sobre su toga el birrete de doctor y en su dedo el anillo para sellar la belleza, que nace de la sabiduría de su edad anciana.

Sus libros no generaron envidias ni indujeron a nadie a desterrarlo a las islas del Ponto. «Su pluma es lengua del alma».

Pablo me dedicó un poema. Es rima para un árbol argentino que se enseñorea en la costa de Benalmádena. Cuando este verano me detenga junto al mar bajo su sombra bella lo declamaré bajo el ombú en espera de que el poeta me oiga. Pablo tras su lectura vendrá de la mano de Alfonsina y los tres disfrutaremos del mar bajo tan extensa y frondosa copa hasta la siguiente mañana.

<b>José Javier Rodríguez Alcaide</b>

Córdoba