En Venezuela hay dos centros de poder. El Gobierno, dispuesto a perpetuar como sea el llamado legado bolivariano de Hugo Chávez, y la oposición, vencedora neta de unas elecciones en el 2015, victoria que nunca ha sido reconocida por el presidente Nicolás Maduro. El primero cuenta con la fuerza del Ejército, los pandilleros y la represión. La segunda, con la capacidad de convocar 100 días de protestas en las calles en las que al menos 80 personas han perdido la vida. La última invención chavista para mantener el poder es la elección de una Asamblea Constituyente a final de mes que debe redactar una nueva Constitución que otorgue todo el poder al régimen. El freno de la oposición a este desmán es la consulta plebiscitaria de ayer que cuenta con el apoyo de más de 10 millones de venezolanos. Con un país desmoronado económica y socialmente, con una inflación que supera el 700% y la mayor tasa de homicidios del mundo, y un chavismo que empieza a tener alguna grieta, el régimen juega todas sus cartas. Una, el asalto violento al Parlamento el 5 de julio, día de la independencia. Otra, la liberación del líder opositor Leopoldo López que ahora se encuentra en arresto domiciliario en un gesto que nada tiene que ver con una voluntad humanitaria. Por el contrario, lo que encierra es el deseo de evitar las presiones internacionales y al mismo tiempo dividir a una oposición que siempre ha tenido dificultades de liderazgo.