Era solo cuestión de tiempo. Le he dado muchas vueltas porque en el fondo me daba un poco de vergüenza reconocerlo. Y mira que llevan años advirtiéndome y recomendándome que lo hiciera, que me alegraría de verdad, que es una de las mejores decisiones que uno puede tomar en su vida. Pero me daba vergüenza admitir la necesidad. Hasta que no me di de bruces con la realidad, no deje que la cosa cayera por su propio peso. Al final bastó solo un resbalón. Y menos mal que pude agarrarme no sé cómo ni dónde y solo se me salió el hombro izquierdo transitoriamente; si no, lo mismo no tengo ni la oportunidad de contarlo.

El mismo día del incidente me fui a pedir consejo a mi hermano. Es mayor y busco su opinión para casi todo. Además, tiene una increíble habilidad innata para encontrar la mejor relación calidad/precio. Conoce todas las tiendas y los mejores técnicos. Bueno, pues me dejé aconsejar. Eso fue a mediados de julio. Quedé contentísimo con la elección. Qué cuarto de baño más funcional y más elegante se me iba a quedar. A la mañana siguiente ya estábamos levantando la bañera y los azulejos de la mitad del cuarto de baño. Y de repente me di cuenta de que iba a quedarme sin poder usarlo durante unos días. Pero como me iba de vacaciones a Las Palmas, pensé que, bueno, incluso siendo pesimista como yo soy, para la vuelta a finales de agosto ya estaría todo resuelto.

Y ya estamos a primeros de septiembre. ¡Qué tonto que fui! Aquí me veo de casa en casa mendigando una ducha. No entiendo cómo ha podido construirse esta concatenación de errores y accidentes que me han llevado a tener que echar de menos a mi resbaladiza bañera. La cosa empezó difícil porque se me ocurrió tomar a mí las medidas de la superficie del plato que sustituiría a la bañera y, aunque ajusté la cinta métrica con precisión a los bordes, a la hora de apuntar las cifras miré los números en pulgadas y los tomé por centímetros. Menos mal que la persona que tomó el encargo de cortar la pieza tuvo olfato y le pareció pequeña para sustituir una bañera. Bueno, pues multiplicamos por 2,54 y resolvemos el problema. Después de dos semanas llegó la pieza y la recibimos como a un bebé en casa. Al desembalarla, sin embargo, vimos que estaba partida y tuvimos que devolverla. Ya estaba yo de vuelta de Canarias y la obra a medio comenzar. Una semana más tarde recibimos otra, que estaba en perfectas condiciones, y la colocamos en su sitio. Bueno, lo de colocarla en su sitio es un decir; en realidad se ve que no la colocamos muy bien, porque el desagüe no encajaba en el agujero del plato y ha habido que hacer una pequeña obra de ingeniería para conectar el plato al desagüe. Qué desastre. Y aún quedaba lo mejor: la mampara.

La mampara no sé por dónde va. Vinieron a tomar medidas y se llevaron las medidas tomadas. Y eso es todo lo que sé de la dichosa mampara. Así que, si alguien sabe algo, por favor, que se apiade de mí. Necesito mi ducha. Y la necesito ya. Antes de que empiece el curso, si es posible.

La edad no perdona. Cada vez nos volvemos más exigentes e impacientes y también tenemos más achaques y dificultades para vivir la vida con normalidad. Ya ves tú, con lo sencillo que parece levantar un pie para entrar y salir de la bañera. Y no quiero ni imaginar lo que me espera a partir de ahora. El cuidado y la atención que tendré que poner en cada paso que dé en casa y en la calle. Y no por los pies sino sobre todo por la vista y el oído. El olfato ya lo perdí. Mis cinco sentidos no son lo que eran. Y de algunos ya no me puedo fiar. Cualquier día cometeré un error de cálculo.

Mantenerse joven es una guerra perdida. Esta derrota la percibo también en mi estabilidad emocional. A veces, ya de vuelta en casa, se me saltan las lágrimas solo viendo en qué acaba consistiendo la vida. Esta rutina que cada vez te cuesta más trabajo seguir. Y lloro. Ya no me corto. Lloro más que cuando era un niño. Pero habrá que seguir adelante, por lo menos para ver qué hay al final. No puedo dejar de ir al gimnasio.

* Profesor de la UCO