Residuo onírico, fantasía, promesa sentimental..., son las inquietudes de una parte de ellos mismos. Caro romanticismo para estos tiempos en los que el amor, el correspondido por deber, resulta una molestia y, ya ven, hasta un gesto de desprecio para otros, vanidad o soberbia. Les bajaron los humos aunque esos, justamente, se sumen en la desesperación, la decepción y la tristeza. Son una parte pero con sus correspondientes compromisos de amores y promesas: desde la cuna y las cunas de sus ancestros hasta sus añosas meditaciones. Nos distraen con gritos, con toros pintados, y nos enfrentan con banderas, aunque estemos en paro y nos falte, además del menor afecto.

Para muchos más, porque entramos todos, es un placebo, una distancia útil para seguir viviendo con las tristezas y alegrías de unas vidas no siempre personales. Un respiro para los compromisos, las hipotecas, los incesantes préstamos con los que hay que cumplir por honestidad o negra amenaza; los despidos, que flotan con el más leve de los fallos, errores o el más frívolo de los caprichos. Distraemos, afortunadamente, ese mal contrato, pero depende en bastantes casos de lo que revienta las arcas de la mejor temporada; el recurso de quien puede presentar uno bueno por caro recurso, que viene a ser lo mismo que un recurso poderoso porque la Justicia no es, ni mucho menos, universal. Tampoco universal el andar por este mundo sin ser amenazado de muerte ante la puerta cerrada de los poderosos.

Es un placebo toda esta discusión, todo el tumulto de lo que puede ser insolidario o cordial ancestro. Volvimos la mirada sin salir de lo nuestro, amparados en un océano de banderas y eslóganes baratos y ordinarios con que nos desfogamos o escupimos nuestras culebras. Ya, por oscuras voluntades de compromiso, dejamos libres y hasta ensalzamos a los políticos indecentes, que con justicia cara o compadreos convenientes alargan los procesos hasta su olvido o ríen las gracias, los pecados, a los que comulgan con sus ideas o pueden iluminar los futuros de sus hijos. Aquí no ha pasado nada porque hemos salido de la crisis: nueva mentira, pues un treinta por ciento de los contratos son para el hambre, cuando, cada día, hay más nadadores en la abundancia.

Una oportunidad, un escape o distracción para quienes cobren bien por resolver problemas. España arde y las brigadas contra incendios cesan, surgen atentados, los sindicatos llegan hasta lo justo, ya que sus dirigentes ocupan el borde escasamente; en cualquier momento surgen los atentados, que tienen unas causas y unos causantes a quienes no interesa fotografiar porque nos compran algo valioso: somos vendedores de las armas que matan o pueden matarnos.

Un buen momento, se me antoja, para el reposo de mis inquietudes, para testimoniar otra vez que todo ha sido un placebo a la inocencia de los españoles: el recuerdo, la imagen, siempre viva, de el Guernika: Bocas abiertas hasta el desgarro, heridas y ojos desesperados, armas necesariamente ensangrentadas por envidias y odios... Toros y luces o candiles apenas encendidos... Don Pablo, pese a ser los mismos, no sabría representar ahora este ambiente tan bellamente disimulado. Y si fuese capaz, por su talento, quizá también por él, dejaría los escasos claros entre las líneas negras de entonces y donde se aprietan y empujan las más difíciles ideas: la verdad del dolor, de la esperanza y la bondad, el egoísmo y la incapacidad para impartir justicia, de que aquellos encargados de conducir a un cielo sean ejemplo con la responsabilidad de su ingente y gratuito patrimonio. Pero los cielos jamás se abren ni se abrieron... Somos españoles de ofensa y banderita. También ¿españoles? de aguante. Y así estamos.

* Profesor