Conocí a Luis Javier Gayá en Madrid durante una de sus primeras exposiciones. Aquellos cuadros, donde el color y el dibujo se aunaban, eran un presagio: estaba ante un incipiente buen pintor. Abandonó la carrera de arquitectura y se matriculó en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense, donde se licencio en Restauración y Pintura, obteniendo asímismo el doctorado. Esta formación fue el inicio de un currículo que hoy desbordaría este artículo. Cincuenta exposiciones individuales y otras tantas colectivas, en España y en el extranjero; y más de un centenar de premios nacionales. Luis Javier es nieto del que fue arquitecto municipal de Baena, don Mateo Gayá. Por eso ha querido exponer en el pueblo de sus antepasados bajo el lema Arquitecturas Pintadas, abierta hasta el 20 de enero. Me he entusiasmado ante el realismo mágico de esta faceta pictórica que desconocía. Sé que es amigo del pintor Antonio López, famoso por su detallismo. El cuadro de la Gran Vía madrileña, desnuda de humanidad y de algarabía automovilística, es un ejemplo. Pero tras observar con emoción el arte y la técnica de la obra de Luis Javier, creo que ya está a la misma altura artística del pintor de Tomelloso. Me viene a la memoria un viaje a esa ciudad con Tico Medina --los dos en mi Vespa-- a finales de los años 50. Visitamos al pintor autodidacta Francisco Carretero. Tico le compró un cuadro que reflejaba el color deslumbrante de una viña. Nos habló de su joven discípulo, «Antoñito López que llegará muy lejos». Es lo mismo que pensé de Luis Javier Gayá cuando vi hace bastantes años sus primeras pinturas.

* Periodista