Librarse de la muerte y alcanzar la vida eterna es uno de los más antiguos anhelos del ser humano. Es un deseo tan fundamental que está en el origen del fenómeno religioso. Todas las religiones giran en torno a la muerte y tienen como objetivo liberar al hombre de la angustia de vivir sabiendo que más pronto que tarde llegará su final. Y todas las religiones prometen de una u otra manera un renacimiento a la vida eterna.

Yo soy ateo. Ateo practicante. El pensamiento científico me condujo muy pron-to, alrededor de los 14 años, a esta actitud vital. El primer libro que compré justo antes de empezar mi carrera de química fue el Lehninger, la biblia de la bioquímica. Desde entonces, no he parado de leer y pensar sobre el origen de la vida, su sentido y su destino. Estudiando la vida he ido comprendiendo que la muerte es parte sustancial del juego de la vida y sus estrategias, que la mortalidad y la inmortalidad de una célula o un individuo son solo estrategias diferentes en el devenir de la vida.

En realidad, la muerte ha sido siempre opcional. Y la inmortalidad de facto es común en la naturaleza. Las colonias de organismos unicelulares, como las bacterias y levaduras, que se reproducen dividiéndose en dos partes iguales, pueden considerarse inmortales en condiciones favorables para su crecimiento. En los organismos multicelulares complejos, las células madre y los gametos (células sexuales) pueden ser considerados como inmortales. La inmortalidad también puede conseguirla las células normales cuando se vuelven cancerosas. Un cultivo de células cancerosas puede mantenerse indefinidamente.

También hay especies de animales y plantas muy longevas. Las langostas pueden reparar los extremos de ADN dañados de sus células de manera muy eficiente y parece que se vuelven más fuertes y fértiles con la edad. Las hidras y las medusas disponen de mecanismos para regenerar su cuerpo y seguir viviendo salvo que sean devoradas por un depredador. La almeja de Islandia guarda un secreto que le permite vivir más de quinientos años. Y algunos pinos longevos llevan viviendo más de cinco mil años.

La esperanza de vida en el hombre es mucho más reducida a pesar de los avances en la calidad de vida y en la salud. Hay un límite biológico marcado por la acumulación de defectos genéticos y metabólicos y por la reducción progresiva de la extensión de los extremos de los cromosomas. Sin embargo, en los últimos años la aceptación de ese límite biológico está en entredicho. Y hay enormes avances en varias líneas de desarrollo científico y tecnológico en bioquímica, genética, biotecnología e informática, que apuntan a la posibilidad de que muy pronto la muerte será opcional para el ser humano.

Como se aventura a afirmar José Cordeiro, científico venezolano afincado en los Estados Unidos como ingeniero mecánico por el MIT y profesor de la Singularity University de Silicon Valley, en menos de 30 años vamos a tener tecnologías para rejuvenecer y ser prácticamente inmortales. Y esta vez parece algo real, por muy fantástico que suene. La cantidad de esfuerzo y dinero que se está moviendo en esa dirección no hace más que crecer. Aparte de los miles de investigadores que ponen su granito de arena por todo el mundo, hay grandes corporaciones que están apostando fuerte en esta línea. Google creó la empresa Calico con el objetivo declarado de «curar el envejecimiento y la muerte». Microsoft está trabajando en curar el cáncer y ya ha anunciado que van a trabajar para curar el cáncer en 10 años. Mark Zuckerberg, el creador de Facebook ha prometido dedicar la totalidad de su fortuna para curar todas las enfermedades en una generación.

¿Qué haremos cuando se pueda elegir entre la vida y la muerte? ¿Ocurrirá como con casi cualquier otro anhelo, una vez alcanzado? Además, para querer vivir eternamente hace falta que la vida te guste. Y a veces basta con echar un vistazo alrededor para que se te quiten las ganas. De todas formas, yo creo que, llegado el momento, me tomaría la píldora de la inmortalidad. Y tú, ¿qué harás?

* Profesor de la UCO