Y es que en la vida no todo se compra con dinero, de ahí que la Supercopa de España sea un fracaso de público español (700 merengues, 300 culés, 50 del Atlético y 26 del Valencia) ¿Alguna vez ha habido unas cifras de asistencia tan ridículamente escasas? No lo creo. Ojalá hayan caído muchos petrodólares que compensen un desplante tan brutal de la afición. Y es que el lugar no tiene nada de apetecible, por más que se trate de vender otra cosa: ni hay tradición, ni historia de fútbol, ni cañas en la previa, ni la situación de las mujeres se puede esconder y les recuerdo que somos más de la mitad de la población.

Me avergüenza que se rinda tanta pleitesía a estos países del golfo pérsico podridos de petrodólares, con realezas adictas al lujo que todo quieren comprarlo, mientras veo a sus mujeres tapadas hasta las cejas y con menos derechos que los de mi perro aquí. ¿Es que nadie dice nada de lo que cuentan las pocas reporteras desplazadas a la Eurocopa? No se bañan en la piscina de su hotel, no van al gimnasio en la misma zona que los hombres, deben cubrir su pelo y les dan pocas respuestas a las preguntas tibias que les dejan hacer. Lo que se ve en la TV espanta a la conciencia femenina menos exigente y lo que se intuye, no digamos.

Loujain Alhathloul, activista que lucha por el fin de la tutela masculina (Si, ¡la tutela masculina existe!) no ha podido ser entrevistada porque lleva desde mayo en prisión con riesgo de ser condenada a 20 años de prisión por defender los derechos de las mujeres en Arabia. Pero este país no es excepcional. Los petrodólares de otros siguen la misma línea de creer que pueden comprar aficiones e historia.

No vi en el recibimiento a bombo y platillo a los de Bahrein a ninguna de nuestras mujeres municipales, todas listas y preparadas. No me extraña. Ni el Gran Prix, ni las inversiones millonarias, ni las donaciones a ONU, ni el voto femenino desde 2002 (¡que suerte!) pueden ocultar la realidad. Un código de familia -de sonrojo- que deja fuera a la mayoría de las mujeres, solo por ser chiíes; jueces de la Sharia -hombres- que tienen la última palabra y mucha represión. Ghada Jamsheer, defensora de los derechos de la mujer de Bahréin ya lo dijo: «Si la mujer no tiene seguridad en su país, y no tiene justicia en los tribunales y no tiene justicia en su matrimonio, ¿dónde irá? Si no hay leyes para protegerla, o si las hay, pero no son aplicadas, ¿dónde puede ir?».

«Calla, no escarbes, como con los restos romanos, vaya que nos encontremos una columna y nos paren la obra».

* Abogada