Bailan y cantan a las puertas del palacio, que no las abre ni arría la bandera de lo que les han hecho creer que es tiranía, el complor está servido, la farsa, en marcha. No hay Bastilla que asaltar, no hay rey que derrocar, porque aunque sí lo hay esta vez en vez del oprobio él representa los últimos restos de una decencia que se perdió no se sabe bien qué década. No hay burguesía que decapitar puesto que ella se ha ahorcado sola cuando le vendió al populacho en el que ahora no tiene más remedio que apoyarse la soga y el patíbulo. Cantan y bailan, encenderán hogueras y las viejas comadres se levantarán la falda enseñando sus enaguas podridas y sus dientes arrugados entre las risotadas de las tricotadoras alrededor del fuego. Los burgueses de la industria subvencionada y arancelaria se escaparán por detrás de la fiesta, por callejas paralelas y estrechas, oscuras, al resguardo de las sombras, y se introducirán como ladrones, como su naturaleza, en sus propias mansiones, desvalijarán sus propias cajas fuertes y sus maletas para rellenar los dobles fondos con billetes y joyas, se pondrán bigotes postizos, sacarán las ropas de las abuelas como disfraces, se subirán a sus segundos coches de baja gama para recoger de sus segundas viviendas a sus segundas amantes, y pasarán la frontera de La Junquera no sin antes, quizás, parar en el club Paradise a despedirse de su puta preferida en el mayor puticlub de Europa, o hacia Perpiñán por Portbou, hacia sus terceras residencias en el Languedoc, en Palavás, mucho más discreto que Niza, Cannes, Saint-Tropez o Montecarlo. Acabarán en París un día, quizás arruinados, quizás tocando música folclórica por las plazas pidiendo unas monedas como antes aquellos aristócratas rusos que también vendieron a sus enemigos la soga y las balas, mal negocio. Hasta que alguien de ese pueblo al que alimentaron de sueños, un mal día, en una mala ruelle del faubourg parisino, les aseste una mala puñalada en el cuarto espacio intercostal. Entonces les manará un líquido color mostaza, podrido, de mal olor, como el que desprendía aquella pesadilla que un día de tantos les vendieron a tantos y a tontos.

* Profesor

@ADiazVillasenor