El presidente de los EEUU, Donald Trump, no deja títere con cabeza. En su cruzada contra el enemigo (unas veces exterior, otras interno, ora el máximo mandatario de un país, ora un veterano senador republicano, da igual) se ha lanzado de nuevo contra China, en respuesta a las represalias sobre productos estadounidenses valorados en 75.000 millones de dólares que Pekín ha puesto en marcha como respuesta, a su vez, a los aranceles anunciados por el dirigente estadounidense. Trump ha «ordenado», otra vez vía tuit, que los empresarios norteamericanos dejen de fabricar en China. Como siempre, haciendo amigos.