Se vive pensando en la excelencia, con la mirada puesta en el horizonte de la dignidad y con el deseo de ser respetado y honorablemente reverenciado como consecuencia, aceptada, del ejercicio de esas virtudes eximias, brillantes y sublimes. Ser excelente con «verdadera» dignidad es lo que debe llevar en su mochila de recursos programáticos aquel que pretenda gobernar «a los demás», a la sociedad que quiere representar dentro de un sistema democrático de virtuosa ejemplaridad.

Pero hoy las sociedades solo se mueven cuando están convencidas de que los hechos económicos, políticos y culturales no son susceptibles de contaminación ideológica de Estado, cuando comprueban que lo que se les ofreció «excelentemente» no está quebrantado por arbitrariedades degradantes del propio sistema democrático que, a veces, las puede producir y cuando, en fin, verifican que las leyes solo sirven para cumplirlas escrupulosamente y no para servirse de ellas buscándoles vericuetos que confirman la existencia de mercadeos políticos que excluyen, desaniman y desesperanzan a los ciudadanos, a los que el «excelente» dice liderar y defender.

El escenario donde hoy se representa la política española y donde la acción de gobierno ¿se desarrolla? con muchísima más pena que gloria, la excelencia y la dignidad han sido sustituidas por una mediocridad donde el mérito brilla por su ausencia y por una desproporción negativa en la calidad del decoro y comportamiento dignificante que produce una tóxica arrogancia en el ejercicio del poder y una desafección peligrosísima en todos los que, democráticamente, se quieren sentir bien gobernados.

La mediocridad, en este caso, está representada personalmente por el presidente del Gobierno de España, a la sazón don Pedro Sánchez Pérez-Castejón. La desproporción cualitativa de la gobernanza se personifica, incontestablemente, en la sobreactuante capitana del Consejo de Ministros y vicepresidenta doña Carmen Calvo Poyato. Ambos dos han hecho, y continúan haciendo, un esperpento de la política que, a golpe de rectificaciones y pasos en falso, aún no saben como la van a ensamblar dentro de las expectativas ciudadanas y como la van a acoplar, machihembrándola, en los imprescindibles presupuestos generales para que el «Bien Común» disponga de carta de naturaleza en el Estado del Bienestar.

Un presidente que manifiesta cada minuto y cuarenta y siete segundos, durante una entrevista de veinte minutos, que él es «el presidente del Gobierno de España» porque ni él mismo se cree que tal aseveración se la crean la mayoría de los españoles dice mucho de por donde se mueve su pudor intelectual. Un presidente al que le han dimitido, en menos de cien días, un ministro, una ministra, una directora general y otra ministra, por cierto es el Notario Mayor del Reino, que está en «capilla dimisional». Un presidente que en su propia casa, en La Moncloa, aguanta que le digan en su cara, a través de símbolos solapales, que en España existen presos políticos, sin hacer el más mínimo gesto para que no se insulte, con esa premeditada conducta, la inteligencia de casi todos los españoles. Un presidente que ha plagiado de forma torticera, sin el más mínimo respeto a las leyes y a las razones universitarias, una tesis doctoral que ha resultado que ni es tesis ni es doctoral, despreciando con su mal proceder a los que se esfuerzan por conseguirla honesta y honradamente. ¿Cómo puede este presidente seguir ocupando La Moncloa sin tener la más mínima ejemplaridad, sin ser modelo de nada y comprobando, hasta hacerla indudable, la certeza de que sus actos de gobierno jamás obligarán a los separatistas, independentistas, golpistas y populistas que le apoyaron en su legítima, pero obscena Moción de Censura, sin presentación de programa de gobierno?

¿Y de la vicepresidenta que se puede decir? ¿Qué tiene un batiburrillo entre la «lógica de la prisión preventiva», la separación de poderes y de la aplicación de los «dineros públicos que no son de nadie»? ¡Mediocridad de mediocridades!

Por estos hechos y porque las libertades públicas se degradan al existir políticos como los que ahora gobiernan España que incitan a que las relaciones entre ciudadanos, organizaciones sociales y el propio poder que ellos ejercen sean tan frágiles que descomponen las instituciones obligándolas a ser meras comparsas de las apetencias partidistas, y, esto es, precisamente, lo que permite al nacionalismo, al separatismo y al populismo imponerse a gobiernos y a sistemas políticos descompuestos y superados por los acontecimientos que son incapaces de solucionar.

Más sensato sería anunciar la convocatoria de elecciones generales y dejarse de empecinamientos inútiles y que nada ayudarán ni al Bienestar Social ni al «Bien Común» de los españoles. Pero don Pedro Sánchez dice que hay que tener «más empatía»... ¿Más, presidente?

* Gerente de empresa