Hay que enfadarse y pelear contra la desigualdad, no contra otros territorios porque alguien piense que los que viven en ellos son catetos y atrasados; o mujeres, o negros, o refugiados. Se empieza con el intento de hacer un programa de humor, como han hecho los vascos en su televisión, y se acaba pensando como ese eurodiputado polaco, Janusz Korwin-Mikke, que proclama que las mujeres deben ganar menos porque son más débiles y menos inteligentes. Los del programa de humor (?) vasco se han descolgado por la peligrosa creencia de catalogar a las personas por su procedencia, raza o pueblo sin caer en la cuenta de que nadie hemos elegido ser blancos, ser mujeres, nacer en Córdoba, no ser vascos y no vivir en una nación de la que tengamos que huir para refugiarnos en otra. ¿O es que a los niños mal nutridos les dieron un papel en el que firmaron que deseaban nacer en una tribu desabastecida de África? ¿Acaso las niñas de Nigeria que fueron secuestradas por los yihadistas de Boko Haram eligieron aquel lugar como el paraíso de su niñez? ¿O los emigrantes que se saltan las murallas de Ceuta y Melilla para venir desde África a Europa a recoger la fruta de los invernaderos lo hacen por deporte? ¿O los refugiados sirios lo son porque su país tiene un himno que no le gusta a algunos comunicadores de TV? En nadie estudiado, con una cierta formación como para hacer un programa de televisión, se puede dar la confusión de creer que las personas de tal territorio son más dignas y mejores que las del otro porque supieron elegir su lugar de nacimiento. Ser vasco, catalán, andaluz, mujer, negro, blanca, africano, europea, china o americana, de familia rica o pobre son accidentes que ocurrieron en el comienzo de nuestra vida, sin que tuviéramos algo que ver en ello. Otra cosa es ser Donald Trump, Angela Merkel, Nerón, Santa Teresa, Putin, el Papa Francisco o Bob Dylan, que para eso nos hemos tenido que decantar por algo, estudiar teología, música, política o querer dirigir el destino de un pueblo utilizando la ineptitud y la mala fe como premisas válidas.

Miramos hacia atrás y todavía no ha podido ser ocultada esa mala conciencia que hizo esclavas a las personas, sobre todo a las negras; que encerró a las mujeres en la cárcel de la desigualdad; que creó nobles --a los que libra de prisiones-- y plebeyos --a los que castiga tras las rejas--; y que todavía señala con buenos sueldos a quienes manejan los hilos del poder que corrompe y paga con limosna a nuestros jóvenes universitarios, que saben pensar. La desigualdad es la única sinrazón de un mundo que todavía da las espaldas a la mujer. No hagamos humor de la injusticia y el contrasentido.