Ahora, en esta Navidad, que se me presenta tan asendereada por tanto fantoche mentiroso, he vuelto a recordar mis cuentos infantiles y sus personajes, y los que aparecieron cuando fui padre y que ahora, siendo abuelo, veo ya, no en los tebeos, sino en la realidad de cada día. Aquellos prehistóricos Pedro Picapiedra y Pablo Mármol, con sus inmarcesibles esposas y su mascota Dino, que siempre acababa por dejar a Pedro a dormir en la calle. O el maravilloso cuento musical de Pedro y el lobo. O los aventureros Roberto Alcázar y Pedrín... ¿Por qué se elegirá el mismo nombre para tantos personajes de cuento? ¿Y el cretino del pato Donald, que no se enteraba de que quien mandaba era el tío Gilito? Me gustaban los payasos y sus canciones, como Había una vez un circo..., o la de esa Susanita y su ratoncito que soñaba ser un gran campeón, jugando al ajedrez. En el belén, tengo a otro personaje: el caganer catalán, con su orondo trasero, soltando el detritus tras su empacho de butifarra. O el prognato Josechu el vasco, tan dispuesto él. ¿Y los hermanos Zipi y Zape? ¿Y Mortadelo y Filemón? Muchos personajes siempre van en pareja. ¿Y qué me dicen de Mafalda y sus amiguitos Susanita, el cabezón de Manolito, o Miquel, siempre tan bobo? De los clásicos, Pinocho sigue siendo mi predilecto. Es genial este tarugo, narizotas a base de mentir. También me gusta Caperucita Roja, que no se entera de que a quien tiene delante es al lobo y no a su abuelita. ¡Genial la estupidez de esta niña! ¿Y Hansel y Greta, comiéndose una casita de chocolate? ¿Y quién se ha olvidado de Alí Babá y los cuarenta ladrones? Vuelvo a leerlo con las noticias de cada mañana. ¿Y Alicia en el país de las maravillas? Otra marimandona antojadiza, versátil, que siempre dice tonterías. ¿Y los cuentos de Andersen, como el de los zapatitos rojos? ¿Y Cenicienta con sus zapatitos de cristal? ¿Qué zapatero inventaría tanto zapato mágico? ¿Y qué me dicen de tanto necio mago de Oz, que pretende hacer del Quijote un cuento para niños? Sí, no me sobran bufones de cuentos. Por eso vuelvo y vuelvo a estar rodeado de cuentistas, y los miro convertido en otro bobo más, que contempla volar eternamente las moscas de mi maestro don Antonio Machado, con esta última «inocencia, que da en no creer en nada».

* Escritor