Eso de ser persona en el sentido más trascendental del término está relegado en estos tiempos. Para ser persona en sentido positivo se requieren una serie de valores humanos que aunque las sociedades democráticas los garantizan en la ley y en sus declaraciones de derechos inalienables, luego son los individuos los que de una manera sensible y vocacional las han de poner en práctica. Pero para poder realizar esa praxis de ser y actuar como persona se tienen que dar unas circunstancias sociales que no se terminan de dar. Hay, como decíamos, muchos derechos reconocidos sobre el papel, pero actualmente lo que realmente salva ese concento metafísico de persona sigue siendo el amor particular. Hablar de amor de ese que no sea el de los realities show o el de las campañas comerciales del 14 de febrero, a algunos les puede parecer cursi, pero es precisamente este el que en la sociedad actual salva el concepto y el sentido de persona. Y que por precisar más, sobre todo en estos tiempos que solo se habla de géneros, se da entre dos o más personas y que algunos aún se atreven a llamarlo familia. Pues bien, precisamente eso mismo son, esto es, una familia, Juan José Lucero Domínguez y su padre Juan. La discapacidad severa de nacimiento del hijo no solo no le ha impedido graduarse en la carrera de Educación primaria, sino que para lograr tal proeza su padre le ha acompañado cada día a la Facultad de Magisterio del Campus de Puerto Real para que pudiera culminar sus estudios. Han sido cuatro años de clases, de traslados, de trasiego de aula en aula, de exámenes y de mucho esfuerzo, pero sobre todas las circunstancias, de mucho amor. Tal vez, la sociedad en la que vivimos nos esté despersonalizando, pero por una sola persona que sea capaz de amar a otra hasta el punto de darle la dignidad de ser eso, persona, puede que aún estemos salvados.

* Mediador y coach