Dice la canción que «algo se muere en el alma, cuando un amigo se va». No se especifica si este o esta puede ser humano o no. Efectivamente, algo se muere en nuestro interior cuando un ser querido se va. Habrá personas que no podrán entender lo que escribo en el presente artículo, pero los que somos amantes de los perros, lo entenderán. Mi perrita Jara, se me ha ido y se ha ido para siempre, ya no volveré a oírla, cuando volvía a casa y ella estaba ya detrás de la puerta esperándome y en cuanto me veía daba gritos de alegría.

De todos los animales no humanos que existen, seguramente el perro es el único que está hecho para convivir con los humanos. La lealtad, la fidelidad, y el amor que te dan, son infinitos y, ellos a cambio te piden tan poco. Porque un perro o perra, te es fiel hasta la muerte y más allá. Mi perrita Jara ha estado en mi familia casi 13 años, trece años en los que he disfrutado tanto con ella. Y ahora se ha ido, y con su marcha se va una parte de mí, con ella. Sus dolencias al final han podido con ella, pese a que me he agarrado a un clavo ardiendo, pese a que hasta el último minuto he mantenido la esperanza de que respondiese al tratamiento médico, de que se recuperase y de que volviese a ser la perrita que siempre estaba a mi lado, dándome ese cariño y amor, que cuando me miraba podía ver reflejados en sus ojos. Al final no ha podido ser.

Todos, más tarde o temprano nos tenemos que marchar, es lo único seguro que hay en esta vida, sin embargo cuando tienes una pérdida de un ser tan querido, parte de tu ser se niega a admitirlo, por la sencilla razón, de que algo dentro de ti, también se muere. Parece mentira, pero el vacío que dejan con su marcha, ya no se puede rellenar. Es una sensación, que no se puede explicar con palabras. Por eso mi querida Jara, por todo el amor que me distes, te digo desde estas lineas, que siempre estarás en mi corazón.