Es una perrilla feliz. Me mira con sus ojos marrones, que a veces parecen almendras, a veces se llenan de miel. Creo que me conoce mejor que yo mismo. Si mi alma está melancólica, se acuesta a mis pies y espera; si feliz, se mueve impaciente para que salgamos al campo. Pero un día empezó a ponerse triste. Era su manera de mirarme, como si viniese de un abismo lleno de niebla negra. La llevé a una clínica, pero no dieron con la causa. Me dijeron que era como si mi perrilla tuviese alma y la hubiese perdido. «¡Por supuesto que tiene alma!», pensé yo; «el alma más tierna y más humana». ¡Cuánto añoraba yo la alegría de mi perrilla! A veces, me ladraba de tal manera que parecía llorar. Irradiaba una tristeza como si hablase. Nunca protestaba; solo me miraba, callaba y suspiraba recostando su cabeza sobre las patas delanteras. No le apetecía salir, ni jugar con los niños del parque, ni olisquear las rosas; ni saltar con las palomas, como si quisiera alzarse en un vuelo. Yo le preguntaba: «¿Qué te ocurre, vida mía?». Ella me miraba. Callaba. Por las noches lloraba en silencio. Al amanecer tenía bajo los ojos las señales de unas lágrimas que se deslizaban como si rebosasen en las pupilas. Una tarde, paseando por la sierra, me encontré con un pastor. Yo llevaba a mi perrilla en brazos, porque había perdido hasta las ganas de andar. El hombre la miró y, sin decir nada, la cogió y le abrió la boca. Mi perrilla se dejó. Debajo de la lengua, tenía una sanguijuela. ¡Qué repugnancia sentí ante ese parásito negro, baboso, brillante, con su boca redonda para chupar vida! Tuve que llevar a mi perrilla a urgencias, porque hubo que echarle algo para que la sanguijuela se desprendiese sin arrancarla, pues envenenaría la sangre. Los parásitos, egoístas, violentos, son así; se alimentan de vida, de alegría, de energía, de tiempo. Por desgracia hay por este mundo mucha sanguijuela, que engorda a costa de los demás. Nos la encontramos donde menos lo esperábamos. Todo su ser es una boca grande, redonda, en forma de ventosa para succionar, succionar; de día, de noche; succionar, succionar, succionar... Y que nadie lo sepa. Pero mi perrilla es ya libre de nuevo. Me mira con sus bellos ojos marrones y ríe feliz. Y hasta aguanta que le lea el último poema que le he escrito.

* Escritor