Que los periódicos titulen en los días cercanos a ayer, 24 de enero, la fiesta de los periodistas, que la desigualdad social crece en España, que se abre la brecha entre las familias ricas y pobres y que una televisión emita un documental en el que retrata los motivos de la emigración a Estados Unidos para salvarse de la indigencia de América Latina es un golpe bajo a la dignidad humana. Estamos en el siglo XXI y dentro de nada los de cierta edad, aquellos que leían periódicos en papel, serán ajenos ya a tanto sistema digital, no podrán entrar en los bancos a no ser a las seis de la mañana, dedicarán casi todo su tiempo a decir «me gusta» a cualquier chorrada del sistema sin conocerla y comprobarán que el crecimiento económico no logra impulsar el ascenso social en España, que los hijos de las familias ricas ganan un 40% más que las de los más pobres y que harán falta cuatro generaciones para que el 10% más pobre llegue a los ingresos de la clase media.

Ya me puso en guardia hace unos años el trasvase de trabajo de un compañero: dejaba el periodismo para meterse a fotógrafo de bodas -donde perdería el novedoso título de fotoperiodista- porque la empresa le pagaba ahora, en el siglo XXI, 600 euros, mi sueldo en aquella Redacción del siglo XX, al comienzo de los ochenta, en 1982-83. Y ha ido todo tan rápido que quienes empezamos esta profesión con el título de la Facultad de Ciencias de la Información, al comienzo de los años setenta, todavía mantenemos la conexión con ciertos momentos en los que mientras limpiábamos las teclas de la Olivetti Letera-32 nos preocupábamos de contratar la línea ADSL de alta velocidad para el ordenador para estar al día de los tiempos. O quienes de aquellas cuadras o excusados compartidos hemos pasado a disfrutar de dos cuartos de baño, de la máquina de escribir a la computadora y ordenador con acceso a internet o de los telegramas o avisos de conferencia pasamos a las pantallitas del móvil. Esa locura cibernética de banda ancha que ha revolucionado la tranquilidad del siglo XX y se ha instalado en el XXI que por lo que se ha visto no era el de los platillos volantes y la alimentación a base de pastillas de astronauta, sino el de la hegemonía de las pantallas y el ocaso del papel impreso.

Quizá por eso están poniendo ya fecha de caducidad para el periodismo escrito, aquel que nació al cobijo de la literatura y la bohemia y que, poco a poco, como una cebolla, fue desprendiéndose de capas más o menos románticas y sociológicas para quedar en la esencia fría de su razón de ser: comunicar algo de la manera más rápida posible y con el menor número de intervinientes en su proceso. El día en que la profesión periodística habrá quedado despojada de todo conato romántico o bohemio.

* Periodista